
"Para nosotros el dadá era, por encima de todo, una reacción moral. Nuestras iras apuntaban a la subversión total. Una guerra terrible e inútil nos había robado cinco años de nuestras vidas. Habíamos presenciado el hundimiento en el ridículo y la vergüenza de todo cuanto para nosotros se representaba como justo, verdadero y bello. Mis obras de ese período no pretendían atraer a la gente, sino hacerla gritar". Max Ernst.
"Queda por hacer un gran trabajo negativo de destrucción. Tenemos que barrer y limpiar.
Afirmar la limpieza del individuo después del estado de locura, de total y agresiva locura de un mundo abandonado en manos de los bandidos, que se desgarran mutuamente y destruyen los siglos". Tristán Tzara.
"Creo en el genio de Rimbaud". André Bretón.

"El arte dadá era febrilmente efímero: pósters, sobrecubiertas de libros, caligramas, panfletos, recitaciones, como cabría esperar de un movimiento compuesto por poetas además de artistas. Estos objetivos efímeros eran, en su fugacidad misma, lo que Tzara celebró como <medios de combate>. Una exposición de arte dadá podía consistir en unos retales de papel, unas instantáneas descoloridas y unos bocetos del Café Voltaire en Zurich, donde transcurrió todo. El dadá se resiste a que lo consideren bello: ésa es su gran trascendencia filosófica frente al discurso tranquilizador según el cual, con el paso del tiempo, lo que había sido rechazado como arte por no ser bello acabaría cobrando carta de naturaleza como bello y sería reivindicado como arte. Puede que esto sucediera realmente con el arte de vanguardia del siglo XIX y principios del XX. Matisse, por ejemplo, pasó a ser para muchos paradigma de belleza, como les pasó a los impresionistas, tan denostados en su tiempo. En cambio, el dadá me parece el paradigma de lo que yo denomino Vanguardia Intratable, cuyos productos sólo por error pueden considerarse bellos. No es ese su objetivo, no aspiran a ello".
Arthur C. Danto
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