Jasón – Déjame enterrar a estos muertos y llorarlos.
Medea – Eso no,
pues yo deseo enterrarlos con mi propia mano, llevándolos al santuario
de Hera, diosa Acrea, para que ninguno de mis enemigos los ultraje
saqueando sus tumbas. Y en esta tierra de Corinto, instituiremos, de
ahora en adelante, una solemne fiesta y ritos expiatorios de este impío
crimen. Yo me voy a la tierra de Erecteo a vivir en compañía de Egeo,
hijo de Pandión. Tú, como es natural, morirás de mala manera, golpeado
en tu cabeza por un despojo de la Argo, viendo así el amargo final de tu
boda conmigo.
Jasón - ¡Ojalá te destruya la Erinis de tus hijos y la Justicia vengadora!
Medea - ¿Qué dios o divinidad te va a escuchar, perjuro y engañador de tus huéspedes?
Jasón - ¡Ay, ay, infame infanticida!
Medea – Entra en casa y entierra a tu esposa.
Jasón – Entro, privado de mis dos hijos.
Medea – Aun no es nada tu llanto; aguarda a la vejez.
Jasón - ¡Oh hijos queridísimos!
Medea – Para su madre, para tí no.
Jasón - ¿Y por ello los mataste?
Medea - Para causarte dolor
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