Introducción
Hacia 1880, el pensamiento positivista parecía tener
validez universal y sus concepciones abarcaban todas las disciplinas.
Eran tiempos de optimismo, de fe profunda en el
progreso indefinido. En la Argentina de la época –y dentro de ese marco
ideológico-, los científicos y los hombres de letras debieron afrontar la
difícil tarea de satisfacer el anhelo de una nación joven que quería
encontrarse a sí misma.
Un país había quedado atrás: ahora se recibían
mensajes, hombres, mercaderías y capitales del exterior. La antigua condición
periférica se había redefinido: la generación del ochenta no lo lamentó y de
inmediato se lanzó a formar las bases de la República Moderna.
El triunfo del modelo oligárquico estuvo caracterizado por el funcionamiento de un
régimen político republicano restringido. La Argentina se insertó en el
circuito de la economía mundial como proveedora de materias primas. Junto a las
transformaciones económicas que produjo el sistema capitalista mundial en su fase imperialista en nuestro país, se
estudian también los cambios sociales generados por la inmigración europea
masiva. Asimismo se enfocan los efectos que produjeron esos cambios y la lucha
que sostuvieron los distintos grupos para lograr una mayor participación
política.
En 1880, la llegada a la presidencia de Julio
Argentino Roca y la federalización
de Buenos Aires fueron dos episodios que marcaron la consolidación del Estado
argentino. También significaron el inicio de una etapa que se extendió hasta
1916 y que fue llamada “la república
conservadora”.
La palabra orden en su sentido más fuerte, evoca el
monopolio de la violencia legítima dentro de los límites impuestos por la Constitución;
el adjetivo conservador, califica la configuración concreta de un régimen de
hegemonía gubernamental en el que la intención de los actores para controlar la
sucesión choca con oposiciones, conflictos y efectos inesperados.
Si bien
la Constitución Nacional de 1853 había establecido un régimen político basado
en reglas democráticas, en la realidad se consolidó en ese período una práctica
política que limitaba la participación a una minoría. De allí que este período
histórico sea también conocido como “la
república oligárquica”, ya que un reducido grupo –la oligarquía- ocupaba
las posiciones de poder político y económico y garantizaba para sí el control
de la sucesión presidencial monopolizando los cargos de gobierno.
Esta modalidad de funcionamiento del régimen
político comenzó a verse amenazada cuando algunos grupos de la oligarquía
quedaron desplazados de las posiciones de poder. Una alianza heterogénea
cuestionó en 1890 la legitimidad de este sistema de gobierno y la consigna de
elecciones limpias abrió un nuevo panorama político.
Con Miguel
Juárez Celman se acentúan los peores rasgos del régimen oligárquico. El
presidente se comportaba como un monarca despótico. Era sectario y excluyente,
aun en el marco de la alianza dominante que lo sostenía. Promovió, por ejemplo,
dos intervenciones –injustas y escandalosas- a las provincias de Tucumán y
Mendoza, sustituyendo sus autoridades por otras que le eran totalmente adictas.
En lo económico adoptó un liberalismo incondicional y principista que lo llevó
a enajenar ferrocarriles nacionales, a vender las obras de salubridad de la
ciudad y a conceder a los bancos particulares la facultad de emitir billetes.
La inmigración fue una de las características
sobresalientes de esta etapa y sus efectos fueron tan decisivos que José Luis
Romero denominó a estos años de la historia argentina como “la era aluvial”. En
su texto Las ideas políticas en la
Argentina sostenía que: “ya hacia 1880 se advierte que el país ha sufrido
una profunda mutación: es entonces cuando la era aluvial se inicia (...). El
primer signo de esta era que se inicia es, en el campo político - social, un
nuevo divorcio entre las masas y las minorías. Las masas han cambiado su
estructura y su fisonomía y, por reflejo, las minorías han cambiado de significación
y de actitud frente a ella y frente a los problemas del país” .
La crónica escasez de mano de obra en la Argentina
se complementaba con la expulsión de trabajadores que se produjo en el
continente europeo.
Pero la distribución de la población inmigrante en
nuestro país no fue homogénea. El asentamiento de europeos en zonas rurales fue
limitado debido a las dificultades que encontraron para acceder a la propiedad
de la tierra. Salvo algunas experiencias de proyectos colonizadores, predominó la
gran propiedad en manos de los latifundistas.
Las grandes ciudades ofrecieron oportunidades
laborales y los inmigrantes se instalaron en ellas y contribuyeron a
transformarlas cuantitativa y cualitativamente. El proceso de modernización del
país produjo en este sentido nuevos desafíos. Frente a la imagen que la élite
intelectual y política del país había armado sobre el inmigrante, se impuso la
realidad: los inmigrantes eran trabajadores que traían consigo sus experiencias
políticas, laborales y sindicales. De modo tal que la cuestión social comenzó a
aflorar en la medida en que los trabajadores compartían ideologías
contestatarias y se organizaban sindicalmente.
Por otra parte el fenómeno inmigratorio había
modificado la sociedad previa. Para el sector dirigente se tornaba imperioso
naturalizar a los extranjeros y contribuir a la formación de una identidad
compartida. Era el tiempo de construir la nacionalidad.
La economía mundial seguía los dictados que imponía
la industrialización. El sistema
capitalista mundial se expandía y las economías de las regiones periféricas
ensayaban modalidades de inserción en el circuito económico liderado por los
países industrializados. La economía argentina demostró ser muy dinámica en la
medida que fue adaptando su producción a las cambiantes demandas del mercado
internacional. Sobre la base de una estructura productiva desarrollada en las
décadas anteriores, nuestro país intensificó desde 1880 sus lazos comerciales
con Europa a partir de la exportación de productos agropecuarios (carnes y
cereales).
El crecimiento económico experimentado por la
economía durante el período fue verdaderamente extraordinario al amparo de las
ventajas que ofrecía la fertilidad de la tierra en la pampa húmeda. Así se
consolidó una estructura económica conocida como modelo agroexportador que
implicó profundos cambios políticos y sociales.
Pero la revolución de 1890 puso en evidencia el
malestar de distintos sectores políticos frente a la modalidad que había
adquirido el régimen bajo la hegemonía del Partido Autonomista Nacional. Los
sucesos que determinaron la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman abrían
un nuevo panorama. En esa coyuntura
surgió la Unión Cívica, una articulación de grupos heterogéneos que se habían
unido reaccionando frente a las prácticas políticas ilegítimas y corruptas del
orden conservador.
En 1891
se produjo una división, que dio origen a la Unión Cívica Radical. Se conformó como partido político y declaró la abstención en los
comicios como protesta ante el fraude electoral. Desde su surgimiento hasta el
ascenso al poder en 1916, el radicalismo se fue fortaleciendo cada vez más y
protagonizó una decidida oposición al régimen.
Las transformaciones sociales y económicas habían
contribuido a la formación de un movimiento obrero de ideologías diversas.
Dentro de este movimiento obrero
convivieron orientaciones tales como el anarquismo, el socialismo y el
sindicalismo revolucionario. Los trabajadores crearon sus propias
organizaciones e hicieron conocer sus reclamos. La conflictividad social se
puso de manifiesto y produjo reacciones en los sectores dominantes de la
sociedad. Algunos miembros de la clase gobernante advirtieron los cambios que
se habían producido y consideraron necesario ampliar el sistema político.
La sanción de la Ley 8.871 en 1912 –más conocida
como Ley Sáenz Peña- marcó un giro en la historia política de nuestro país: el
voto de carácter universal, secreto y obligatorio puso fin al orden conservador
y permitió en 1916 el ascenso de Hipólito Yrigoyen a la presidencia.
Antecedentes
La política económica de Miguel Juárez Celman (desde
el 12 de octubre de 1886) se construyó sobre la perspectiva de la prosperidad
por tiempo indefinido. Así fue como surgieron en el país gran cantidad de
bancos y empresas comerciales sin capitales efectivos, emprendiendo audaces
operaciones que no rindieron las ganancias esperadas.
La más importante manifestación de la crisis fue la
vertiginosa desvalorización del papel moneda.
Los títulos de la deuda pública bajaron de manera alarmante
y en la bolsa se desplomaron los valores mejor garantizados. En el comercio
exterior, los saldos resultaron negativos, lo que llevó al gobierno a lanzar
emisiones clandestinas de papel moneda.
Se paralizaron construcciones de importancia, se
produjeron quiebras e insolvencias. Los depositantes retiraban sus ahorros, el
capital bancario se contraía y el crédito se restringía de más en más,
ahondando la crisis. El saldo de la balanza de pagos era desfavorable.
El desastre financiero trajo graves consecuencias
sociales: encarecimiento de la vida, desocupación, numerosas huelgas y
descreimiento generalizado.
Mientras tanto, en el plano político, Juárez Celman
quiso sacudir la influencia de su antecesor en el gobierno, el General Roca.
Así fue como fundó un gran partido nacional al que adhirieron los gobernadores
provinciales reconociéndolo como jefe único.
A diferencia de Roca y del resto de sus antecesores,
Juárez fue muy poco cuidadoso de los dineros públicos. El lujo y la
ostentación, la adulación de la que se rodeaba, chocaban con los usos y las
tradiciones políticas del país.
La falta absoluta de garantías electorales indujo a
las fuerzas dispersas de la oposición a no presentar batalla. Se abstuvieron de
concurrir a los comicios y las cámaras fueron oficialistas de manera casi
absoluta.
Esta profunda crisis provocó la reacción del
sentimiento público. Promediando el año 1889, surgió un movimiento opositor al
régimen imperante denominado Unión Cívica de la Juventud, integrado entre
otros, por Mariano Demaría, Aristóbulo del Valle, Pedro Goyena, Juan J. Romero,
Vicente Fidel López, Francisco Barroetaveña, Bernardo de Irigoyen, pero su
principal dirigente fue el doctor Leandro N. Alem.
Perseguía fines eminentemente políticos: libertad de
sufragio, autonomías provinciales, libertades públicas y pureza de la moral
administrativa.
El 20 de agosto de 1889, un grupo de jóvenes adictos
a la figura del primer mandatario, realiza un banquete en su apoyo. Ese mismo
día el diario La Nación publica el
artículo “¡Tu quoque juventus! (¡Tú también juventud!), de Francisco
Barroetaveña. El banquete de los “incondicionales” genera la reacción de otros
jóvenes, opositores, que realizan un acto como respuesta. En el Jardín Florida
están todos los sectores desplazados del régimen, los mitristas, los viejos
autonomistas, los católicos, etc.
Una nueva generación sale al ruedo y su primer gesto
es rescatar del ostracismo político a importantes figuras. Pero hay un hombre
que por su trayectoria de austeridad, desinterés y valor cívico se convertirá
en símbolo.
En el ambiente fervoroso del mitin se proclamó la
constitución de la Unión Cívica de la Juventud y se aclamó a Aristóbulo del
Valle, a José Manuel Estrada, a Vicente Fidel López. Pero Leandro N. Alem, sin
duda, fue el héroe de la jornada.
En menos de un mes la Unión Cívica (ya sin el
aditamento “de la juventud”) constituyó núcleos en todas las parroquias de la
Capital y en muchas ciudades y pueblos de la provincia de Buenos Aires. Los
comités estaban presididos por Alem y Mitre.
El 13 de abril de 1890, se realiza en el Frontón
Buenos Aires un acto de proporcione inéditas. Primero habla Mitre. Después
Barroetaveña presenta al presidente de la Junta Educativa de la Unión Cívica y
Alem toma la palabra en medio de una cerrada aclamación. Dice:
“- Se me ha nombrado presidente de la Unión Cívica,
podéis estar seguro de que no he de omitir fatigas ni esfuerzos ni
responsabilidades de ningún género para responder a la patriótica misión que se
me ha confiado. (...).
Una vibración profunda conmueve todas mis fibras
patrióticas al contemplar la resurrección del espíritu cívico en la heroica
ciudad de Buenos Aires (...).”
Luego señala que la vida política de un pueblo es lo
que marca su condición, su nivel moral y el temple de su carácter. Sostiene la
necesidad del pluralismo porque entiende que las luchas activas, el roce de
opiniones, el disentimiento perpetuo engendran buenas instituciones.
Finaliza su discurso diciendo: “- Hoy, ya todo
cambia; éste es un augurio de que vamos a reconquistar nuestras libertades
(...)”.
Todo Alem está en el discurso del Frontón. Su
personalidad, sus ideales. Luego hablarán Del Valle y tres hombres del
catolicismo: Estrada, Goyena y Navarro Viola, pero esto es anecdótico.
La demostración del Frontón había sido impresionante
por su número. Cuatro días después Alem se entrevistó con un grupo de oficiales
en actividad y éstos ofrecieron su concurso para una revolución, ya que, entre
las Fuerzas Armadas también había cundido el deseo de mejorar la situación del
país.
Así, algunos de sus miembros, reunidos con
integrantes de la Unión Cívica, consideraron que la única opción era la salida
revolucionaria.
Con el objetivo de efectuar el planeamiento y la
ejecución de la revolución, así, la Junta Ejecutiva de la Unión Cívica
presidida por Leandro N. Alem se amplió y comenzó a conspirar. Fue designado
jefe militar el General Manuel J. Campos. Éste era un hombre de limitadas dotes
estratégicas. Alem sostiene la necesidad de la preponderancia civil en la
conducción del movimiento.
Bartolomé Mitre, si bien era opositor al gobierno,
viajó a Europa para no verse involucrado en el movimiento.
Desarrollo
"El Dr. Don Leandro Alem, que ha
sido el iniciador, no le ha faltado valor en la esfera del deber; la Unión
Cívica también, que era quien le acompañaba en cuyo esfuerzo confiaba, como en
todos los porteños que han sabido con empeño, defender su patria hollada"
El día fijado es el 21 de julio, el Parque de
Artillería el lugar. El 18 el Presidente y Roca reciben información de algunos
militares. Se ordena la detención del general Campos y se suspende la ejecución
del plan. Campos tiene una misteriosa entrevista de aproximadamente una hora
con Roca y poco después le comunica a la Junta revolucionaria que saldrá al frente
del regimiento donde está detenido. La nueva fecha: 26 de julio. La consigna: “Patria
o Muerte”. El manifiesto revolucionario comienza a circular por la
ciudad: “no derrocamos al gobierno para derrocar hombres y sustituirlos en el
mando: lo derrocamos porque no existe en su forma constitucional; lo derrocamos
para devolverlo al pueblo, a fin de que el pueblo reconstituya la base de la
dignidad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa
oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las
instituciones de la República (...).”, firmaban Alem, Del
Valle, etc.
La primera parte del plan consistía en dejar sin
armas al gobierno, para lo cual se establecía como lugar de concentración el
Parque de Artillería. La segunda parte consistía en avanzar sobre los distintos
objetivos estratégicos de la ciudad. Alem sería el presidente provisional y lo
acompañarían como ministros Juan E. Torrent, Bonifacio Lastra, Juan José
Romero, Pedro Goyena y Joaquín Viejobueno. Mariano Demaría sería el vice e
Hipólito Yrigoyen el jefe de policía. Todos se habían comprometido a convocar a
elecciones y a no figurar como candidatos.
El 26 de julio se cumplió satisfactoriamente la
primera parte del plan. Pero la orden de avanzar sobre la Casa de Gobierno y la
Aduana nunca llegó. Le general Campos se negó a impartirla. Al poco tiempo, los
alrededores del Parque son cercados. Campos insiste en la conveniencia de
seguir ocupando una posición defensiva. Para el 28 de julio los enfrentamientos
se reducen al interior del Parque. El 29 los revolucionarios capitulan, Alem es
uno de los últimos en salir.
La revolución había sido sofocada, pero, como dijo
el senador Manuel D. Pizarro, el gobierno
estaba muerto. El 4 de agosto el presidente Juárez Celman renunciaba ante
la asamblea legislativa. Asumía el vicepresidente, Carlos Pellegrini, hombre
del Zorro.
La Revolución en
números
Militares
·
Artillería: 10 oficiales y 150
soldados.
·
Infantería: 6 oficiales y 200
soldados del Regimiento 5, 7 oficiales y 130 soldados del Regimiento 1.
·
Batallón
de Ingenieros:
4 oficiales y 200 soldados.
·
Cadetes
"Antiguos" del Colegio Militar.
·
Escuela
de Cabos y Sargentos.
Navales
La revolución contó con los siguientes buques:
·
Ariete
torpedero "Maipú"
·
Acorazado
"El Plata"
·
Cañonera
"Paraná"
·
Crucero
"Patagonia"
·
Carguero
"Villarino"
·
Varias
torpederas
Su objetivo sería bombardear las posiciones de las
fuerzas gubernistas.
Civiles
Estaban constituidas por cívicos, con los que se
trató de organizar dos batallones.
Fuerzas gubernamentales
·
Batallones
2, 6, 8 y parte del 4.
·
Los
Regimientos 6 (Retiro) y 9 de Caballería.
·
Los
Bomberos (460 hombres) y los Vigilantes (3.076 plazas).
·
Los
Batallones 2 y 8 y el 6 de Caballería habían llegado del interior en los últimos
días.
El plan revolucionario
Detener, a primera hora del 26 de julio, a los
doctores Juárez Celman y Pellegrini y a los Generales Roca y Levalle.
Concentrar todas las fuerzas comprometidas en la
plaza del Parque de Artillería (actual Plaza Lavalle).
Allí se constituirían dos agrupaciones, una para
atacar el Departamento de Policía y otra a las unidades leales al gobierno.
Obtenido el éxito en la capital, se destacarían
fuerzas revolucionarias a Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, si estas provincias
no aceptaban la nueva situación.
La Revolución en detalle
26 de
julio:
Las fuerzas armadas comprometidas y los cívicos revolucionarios se concentraron
en la plaza del Parque, limitándose a tomar una actitud defensiva en lugar de
ejecutar el plan previsto.
En muchos puntos de la ciudad, grupos armados
ocuparon las azoteas, principalmente en las esquinas, formando cantones para
hostilizar a los gubernistas.
Juárez Celman decidió trasladarse a Rosario, pero al
llegar a Campana desistió de su proyecto y volvió a la capital.
Las fuerzas del gobierno, a órdenes del ministro de
Guerra, General Levalle, atacaron a los revolucionarios parapetados en el
Parque.
27 de
julio:
El ataque se reanudó en la madrugada, sin que se realizaran mayores progresos
hasta las 10 horas, en que cesó el combate, debido a un armisticio solicitado
por los revolucionarios para atender a los heridos, aunque la verdadera causa
fue la escasez de municiones.
A las 11 horas, los buques sublevados de la Armada
realizaron un corto bombardeo sobre la Casa de Gobierno y el Retiro, sin
resultados.
La acción de la escuadra no resultó eficaz debido a
que el General Campos no dio la orden de atacar en el momento oportuno, ya que
estaba empeñado en concertar un acuerdo con Pellegrini y Roca.
28 de
julio:
Una junta de guerra integrada por miembros de la Unión Cívica y la mayoría de
la oficialidad consideró que ya no era posible continuar la resistencia. Cuando
se tuvo la evidencia de que el gobierno de la provincia de Buenos Aires apoyaba
a Juárez Celman, dicha junta se decidió definitivamente por la capitulación.
29 de
julio:
Se llegó a un acuerdo entre las partes en oposición. Los jefes de las unidades
sublevadas entregaron sus armas en el Parque y la escuadra puso proa a La
Plata, donde desembarcaron los 35 oficiales revolucionarios y su tripulación.
Hubo amplias garantías para la vida y la libertad de
los comprometidos y se obtuvo una ley de amnistía.
Consecuencias
de la Revolución
Resulta evidente que el general Campos y el mitrismo
jugaron a dos puntas. Pretendían obtener la renuncia del Presidente, pero
también evitar que se impusiera el sector encabezado por el intransigente Alem. Mientras los cívicos
pusieron todo para derrotar al régimen, otros mostraron un compromiso moderado.
Los cívicos fueron de algún modo utilizados por
Mitre y Roca. El primero pretendía recuperar la presencia política que había
perdido, utilizando la revolución como un arma de negociación. El segundo
quería deshacerse de su concuñado que intentó desplazarlo en el manejo de “su”
maquinaria política y asegurar la presencia de Carlos Pellegrini, un
incondicional, al frente del ejecutivo.
Alem se equivocó al aceptar al general Campos
(hombre que apostaba a una solución nacional encabezada por Mitre) como jefe
militar del movimiento. La misma división de la conducción civil y militar era
un error. Alem nunca denunció la intriga. Sí lo hizo Juárez Celman después de
renunciar: “he sido víctima de la conjuración más cínica y ruin de que haya
memoria en los anales de la miseria humana, cuyo protagonista era el hombre a
quien había profesado una vieja y leal amistad y con quien me ligaban otros
vínculos que no ha sabido respetar. Ni yo ni mi familia mantendremos relaciones
de ningún género con Roca (...).”
En enero de 1891 la convención de la Unión Cívica
reunida en Rosario proclama la fórmula Bartolomé Mitre – Bernardo de Irigoyen.
Alem y Del Valle la apoyan.
Hipólito Yrigoyen se opone y suma otra disidencia
con el tío. En las elecciones legislativas de marzo triunfa la Unión Cívica,
Alem y Del Valle son nombrados senadores. Tres días después Mitre regresa de
Europa y es recibido por una multitud. Julio A. Roca, ahora ministro del
Interior de Pellegrini, va a recibirlo al puerto. Se abrazan. Comenzaba a
concretarse el acuerdo. El Partido Autonomista Nacional se adhiere a la
candidatura de Mitre, pero opone a José Evaristo Uriburu como vicepresidente.
Alem se opone rotundamente, al igual que Lisandro de la Torre, Barroetaveña,
Hipólito Yrigoyen. Pero esta vez su viejo amigo Aristóbulo del Valle no está
con él.
La Revolución del Parque, más allá de su desenlace,
mostraba el nacimiento de un oposición
fuerte y decidida. El régimen intentó evitar su consolidación y su desarrollo,
co optando e integrando (mediante el ofrecimiento de cargos públicos y promesas
y variadas) a los derrotados. Los sectores católicos y el mitrismo aceptan la
integración. Mitre y Roca celebran el “patriótico acuerdo” buscando evitar una
contienda electoral. El acuerdo revitaliza al régimen oligárquico, que se
prolongará por veinte años más. Un sector integrado por los jóvenes y los
sectores populares rechaza el acuerdo, no “transan” con el régimen. El grupo es
liderado por Leandro N. Alem. La Unión Cívica se divide: los “acuerdistas”
forman la Unión Cívica Nacional; los que rechazan el acuerdo fundan en 1891 la
Unión Cívica Radical.
La adhesión popular que adquirió esta nueva fuerza
llevó a que uno de sus líderes, Hipólito Yrigoyen, cubriese con su figura
muchos años de la vida política del país.-
TESTAMENTO
POLÍTICO DE LEANDRO N. ALEM
1
DE JULIO DE 1896
He terminado mi carrera, he concluido mi misión…Para vivir estéril, inútil y
deprimido, es preferible morir. ¡Sí! Que se rompa pero que no se doble.
He
luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos, pero mis fuerzas
-tal vez gastadas ya- , han sido incapaces para detener la montaña…y la
montaña me aplastó…!
He
dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir a un
hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado…y para vivir inútil, estéril y
deprimido es preferible morir!
Entrego
decorosa y dignamente lo que me queda, mi última sangre, el resto de mi vida!
Los
sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los
móviles, las causas, y los propósitos de mi acción y de mi lucha -en general-
, en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este
respecto será una desgracia que yo no podré ya sentir ni remediar.
Ahí
está mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño,
luchando siempre de abajo. No es el orgullo que me dicta estas palabras ni es
debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un
convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo
enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y
reflexionado mucho, en un solemne recogimiento.
Entrego,
pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he
luchado constantemente.
En
estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente en
acción, en bien de la patria.
Esta
es mi idea, éste es mi sentimiento, ésta es mi convicción arraigada, sin
ofender a nadie; yo mismo he dado el primer impulso, y sin embargo, no puedo
continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales.
¡Adelante
los que quedan!
¡Ah!
Cuánto bien ha podido hacer este partido si no hubiesen promediado ciertas
causas y ciertos factores…¡No importa! Todavía puede hacerse mucho. Pertenece
principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas
sabrán consumar la obra. ¡Deben consumarla!.
|
Bibliografía
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www.ejercito.mil.ar