Algunas consideraciones reflexivas




"Seguramente que entre la música y el color no hay nada más en común que el hecho de que ambos siguen el mismo camino. Siete notas con ligeras modificaciones son suficientes para crear sabe Dios qué universo. ¿Debería ser diferente en las artes plásticas?".
Henri Matisse



6 de marzo de 2019

La Mujer en la Sociedad Federal


Presencia femenina en la Historiografía

La mujer, el sexo y el amor forman parte de nuestra historia como la forman en cualquier lugar del mundo.
La escasa presencia de las mujeres en la historiografía argentina no se debe sólo a que los historiadores, casi todos hombres, privilegian su sexo, sino a que su interés estaba centrado en la historia política, donde no abunda la presencia femenina. Las mujeres no están “ausentes de la historia”: se las encuentra en todos los documentos, pero los historiadores del siglo XIX no “preguntaban” a los documentos sobre temas de historia social porque no les interesaba. Como a sus contemporáneos europeos, les inquietaba más la historia política y del poder en las que sobresale la presencia masculina. El fuerte de la mujer, en cambio, está en la historia social y de mentalidades.
Es recién en la segunda década del siglo XX, con la aparición en Francia de la Escuela de Annales (Lucien Fevre, Marc Bloch, Fernand Braudel) que comienza a valorarse la historia social. Esta corriente historiográfica estaba interesada en destacar la importancia de lo cotidiano, de lo que sucedía en los hogares y lugares de trabajo y diversión; no sólo en las batallas y Cortes. De entonces data el interés por las actitudes y el pensamiento femenino y empiezan a surgir las historias de las mujeres que no han sido sólo reinas, heroínas o cortesanas sino activas participantes en el proceso social y económico.
De estos estudios de género sobresale Georges Duby con su Historia de las Mujeres de la Antigüedad al siglo XX.
Hasta 1950 son rarísimos los trabajos dedicados a biografías femeninas. Hay desde luego algunas excepciones cuando se trataba del caso de mujeres tan descollantes como Mencia Calderón de Sanabria, Mariquita Sánchez o Encarnación Ezcurra; pero estas publicaciones revelan un enorme desequilibrio entre la importancia que tuvieron estas mujeres en nuestros procesos históricos y la atención que le prestaron nuestros historiadores.

Antecedentes

Se ha cometido una gran injusticia historiográfica para con la mujer pobladora. Se la ha tenido tan poco en cuenta, que ni siquiera se sabe cuándo se integra a la ciudad, si está desde la primera hora, cuándo y con quién llegó...
Para hablar de las mujeres argentinas debemos referirnos en primer lugar a las viajeras españolas que acompañaron a los navegantes del siglo XVI. Ellas están signadas por las formas asociativas primarias en la vida de las mujeres del Barroco: familia y convento. En nuestro próximo encuentro nos enteraremos de la vida religiosa en nuestra sociedad colonial.
Son estas mujeres las que ponen el cimiento de las rudimentarias familias del primer embrión de nuestra nacionalidad.
Alrededor de veinte son las que arriban al Río de la Plata en la expedición de Pedro de Mendoza. Una de ellas, conmovió a las generaciones futuras con la descripción del penoso estado al que se vieron reducidos los orgullosos conquistadores poco después de su llegada. Se trata de Isabel de Guevara, quien se constituye en verdadera corresponsal de la expedición de Mendoza. Entre otras podemos mencionar a María Dávila, Mencia Calderón de Sanabria, Ana Díaz, María Mexía Mirabal, Teresa Ascensio de Mallea, Juana Ortíz de Zárate.
Las mujeres que encontraremos a principios del siglo XIX, estas "bellas argentinas", como las designan la mayoría de los viajeros extranjeros, proceden de toda una tradición americana que emergió de la realidad que le tocó vivir al español que llegó a estas tierras. Realidad única, totalmente diferente de la América anglosajona, eso era América Latina: todo un gran espacio nuevo casi atemporal, rayando en lo mítico, listo para ser descubierto. Si vamos al principio de las cosas, podremos ver lo que es este continente o lo que fue para aquellos primeros navegantes que surcaron el océano a enfrentarse a lo desconocido, en busca de aventura, fama y fortuna.
Los parámetros de acción de la mujer se extendían desde dar descendencia a organizar el hogar. Ninguna educación que no fuera la destinada a hacer de ella una buena esposa era necesaria. Las condiciones que se habían puesto, y que se desarrollarían durante todo el siglo XVI y parte del XVII, eran muchas: que la mujer lea, pero solamente catecismos, libros devotos y de meditación; textos bíblicos, muy rara vez, y que no los interprete sola, que lo haga bajo la atenta vigilancia de su confesor. La educación incluía escritura, algunas reglas de aritmética, pero por sobre todas las cosas religión. Finalmente toda mujer se encontraba en lo privado bajo el dominio de un hombre: su padre, su esposo y en el caso de la monja, su confesor. "No vaya a pensar sola, no se le ocurra opinar". Podemos ver dos tipos de ámbitos que oficiaban de claustros a los que la mujer estaba sujeta: el doméstico y el conventual. Y con todo, a pesar de esta teoría educativa, la mujer hablaba[1].
¿Cómo llegamos a una sociedad como la de 1830, donde la mujer redacta su propio periódico? ¿En qué momento comienzan a jugar un papel importante en el ámbito público desde lo político, mujeres como Encarnación Ezcurra?... Porque ninguna de ellas es un producto aislado, sino que proceden de una época, debieron haber crecido con ciertos modelos e ideas sobre aquello que querían o debían ser.
La participación de las mujeres en las revoluciones del siglo XVIII se traduce en su compromiso cotidiano que varía según las tradiciones y la situación de cada país.
Por cierto que el caso francés es el más pleno, aquel en que las mujeres, que formaban la sans-culottiere femenina invaden el espacio político y público y dan sentido nacional a sus actividades.
Su práctica militante depende en gran medida de su ambiguo status de ciudadanas sin ciudadanía. Ciertos compromisos femeninos tienden directamente a compensar su exclusión del cuerpo político legal, a afirmarse como miembros del Estado.
El primer ámbito donde encontramos la presencia femenina es en las tribunas, que constituyen un medio de mezclarse en la esfera política de un modo a la vez concreto y simbólico.
Pese a esto, las mujeres no son miembros plenos de las organizaciones revolucionarias.
Los objetivos femeninos dejan entrever un cierto interés de independencia: sus asuntos son sus asuntos, y los hombres no tienen por qué mezclarse en ellos. Esta militancia femenina, que tiene lugar en la vida urbana, es ante todo popular y parisina.
Yendo fundamentalmente a la práctica de la mujer en los medios dirigentes, ésta se inscribe en una frontera entre lo público y lo privado: el salón. Éste ejerció tal influencia en la sociedad, a través de las costumbres, que alcanzó a tener casi el carácter de una institución.
Espacio privado en la medida en que forma parte de la casa, al que no todo el mundo tiene acceso; espacio público en la medida en que es el sitio de encuentro entre hombres públicos. Es también lugar de intercambios políticos entre los sexos.
Su carácter semi privado, semi público lo conduce asimismo a desempeñar un papel estratégico.
En estos espacios de reflexión y conversación, se discutían las últimas teorías estéticas, literarias y políticas, corrían los chismes y los rumores, nacían y se extinguían pasiones, se planeaban crímenes...
El salón representó un triunfo del matriarcado, un espacio de libertad creado por una mujer: la salonnière; en general, una dama rica, noble, cuya inteligencia actuaba como un imán sobre un grupo de figuras masculinas eminentes.
El Salón nació en el siglo XVII, floreció en el XVIII, llegó a ser casi indispensable en el XIX y se extinguió en el XX (con la liberación femenina).
En Argentina, el Salón dio paso a la Tertulia.
¿Cómo llegó Rosas al poder?
Juan Manuel de Rosas era la hechura moral de su madre, Agustina López Osornio.
“Tu posición es hoy terrible: si tomas injerencia en la política es malo, si no sucumbe el país por las infinitas aspiraciones que hay y los poquísimos capaces de dar dirección a la nave del gobierno. Por ahora nada más te digo, sino que mires bien lo que hacés”.

Hacia Junio de 1820 el brigadier Martín Rodríguez, flamante general en Jefe del Ejército de la ciudad de Buenos Aires, hizo llegar  un pedido urgente al estanciero Juan Manuel de Rosas, instándolo a participar de la defensa de la ciudad, amenazada por una desorbitada anarquía.
Rosas no vaciló ante este llamado. Dentro de su federalismo, jamás estuvo de acuerdo con grupos deliberativos en cuanto a toma de decisiones. No creía en otra cosa que no fuera el autoritarismo personal, detalle que por otra parte constituía un sólido pilar en sus trabajos de campo.
En Octubre fue designado Coronel de Caballería. Se lo llamó públicamente “Restaurador del Orden y la Autoridad local”, en esa, su primera aparición pública.
Rosas no era un hombre de campo, llano, sin otros límites que los que su tarea imponía. Por el contrario, sin proclamar su apariencia libresca, era hombre de lecturas permanentes y constantes.
Tras el pronunciamiento de Lavalle, se produjo el advenimiento de Rosas al gobierno de la provincia. Revestido de amplios poderes, aclamado en las calles por el pueblo y por las clases altas.
Orden y disciplina. El orden emanaba de su voluntad. La disciplina debía llegar a todos.
“Cultivó su campo, y defendió la patria”. Así lo definía Encarnación.
Cuando algunos estratos comenzaron a oponerse a los “poderes extraordinarios” otorgados al Gobernador, Encarnación lo tomó como ofensa personal. Sin poderes, no quería ni podía continuar. Renunció. Una y otra vez. Finalmente fue reemplazado por el general Juan Ramón Balcarce.
Dejó el poder con cierto resentimiento. Y marchó una vez más rumbo al sur “para poner orden en la indiada que realizaba tropelías incluso en su mismo establecimiento de Los Cerrillos. Se puso al frente de la Campaña del Desierto, en calidad de comandante general de las fuerzas.
Partió con una mezcla de sordo rencor y tenaz determinación de ser el único, el mejor. Donde pudiera. 

Personalidad de Encarnación Ezcurra

Una mujer sin textos ni estudios previos. Directa y muy personal, de reflexiones agudas, era una política nata.
Actuaba y razonaba políticamente en una época en que las mujeres, más que sometidas, apenas contaban en la sociedad. Se llamaba Encarnación Ezcurra.
De una audacia sin límites, fingió estar embarazada para casarse con el hombre al que amaba.
Con apenas diecisiete años, se vislumbraba una mujer de férreo carácter.
Criada en un hogar de ocho hijos, ella era la quinta. Desde pequeña, sus características sobresalientes fueron la rebeldía y el voluntarismo, tanto así que se imponía con una sola mirada o movimiento.
El 16 de mayo de 1813, luego del ardid tejido por la pareja, se casaron en la iglesia de Montserrat. Dieron su consentimiento los padres de la novia, Juan Ignacio Ezcurra y Teodora de Arguibel.
Como era costumbre, los recién casados fueron a vivir a casa de los Rozas. No pasaría tiempo para que Agustina y Encarnación, ambas de carácter fuerte, chocaran.
Ni la maternidad logró ablandar su temperamento frío y seguro. Quería a sus hijos, pero no se ocupaba de ellos. Ni cuidados, ni mimos, ni presencia de madre.
Aprendió a “hacer cuentas”, en una época en la que contadas mujeres sabían leer y escribir. Otro rasgo de su personalidad digno de resaltar.
Algunos años más tarde, el general Facundo Quiroga la nombró su apoderada para todo tipo de negocios y operaciones. Con libertad de acción y absoluta confianza.
Sin ser política, Encarnación había advertido muy bien la fuerza de los estratos más bajos de la sociedad, que tanto ayudarían a su acción.
Se unió a esta masa, no sólo para apoyarla; sino para dirigirla.
Constantemente, su fiel amiga y compañera alertaba y aconsejaba a Juan Manuel. Intuía y era capaz de ver, desde su propia óptica, situaciones y posibles peligros.
Nunca se vio sujeta a las modas del momento. No lució jamás joyas, ni ostentosos trajes.
Cuando sobrevino la infame acción de Lavalle, escribió a Juan Manuel (cita).
En su doble función de agente política de Rosas y agente financiera de Quiroga, tenía sus días muy ocupados.
Parecía que había pasado mucho tiempo desde que Encarnación escribía las románticas misivas a su, por entonces, novio. Se produce la mutación de esta mujer. De amante a compañera fiel que escribe cartas políticas. Sin embargo, convivían en ella la ingenua y la soñadora de la juventud, con la madura que imponía puntos de vista, consejos y advertencias.
Al llegar por primera vez Juan Manuel al gobierno de Buenos Aires, la euforia de Encarnación no se hizo esperar. Guardaba en su memoria hasta los más mínimos detalles. Estaba orgullosa de todo cuanto su marido hacía. Y al partir él hacia el Desierto, quedó al frente del poder. Tenía de su lado a la “plebe” (cita). Varias son las cartas en las que Encarnación cuenta a Juan Manuel los pormenores políticos durante su ausencia en el desierto.
Estas cartas se convirtieron en verdaderos “partes de guerra”. Encarnación estaba siendo conocida ya como “Heroína de la Federación”. Ella sola une todos los cabos e impulsa todas las acciones (cita).
Pero la oposición no se hizo esperar. Cansada de soportar las infamias publicadas, ideó la salida de un pasquín acorde con sus ideas. Lo llamó Restaurador de las Leyes, sus destinatarios fueron quienes la habían atacado sin piedad.
Los dueños del poder no se resignaron a esta pelea de pasquines. Poco faltaba para que la revuelta estallara.
Pasada la Revolución, que culminaba con la renuncia de Balcarce, Encarnación insistirá vehemente para que su marido regrese al gobierno de la provincia.
Pero Rosas seguía en el sur. Se sucedían mientras tanto las conspiraciones de los exiliados en el Uruguay.
Pronto Encarnación informó a Juan Manuel de una importante visita, la del general Facundo Quiroga. Poco tiempo faltaba para que Juan Manuel regresara al hogar.
Encarnación comenzaría a batallar nuevamente (cita).
Sobrevendría el precario gobierno de Manuel Maza, y la conocida Misión de Quiroga al Norte.
Luego del episodio de Barranca Yaco, las proclamas eran unánimes. Rosas debía regresar al poder.
Feliz se hallaba Encarnación, con la satisfacción del deber cumplido.
Pese a todo, los años fueron yéndose. Juan Manuel estaba cada vez más fuerte y seguro; Manuelita se incorporaba de a poco en la vida oficial, siempre acompañada de su tía Agustina - esposa del general Mansilla -.
¿Qué le quedaba a Encarnación? Ya no había más nada por hacer. Aunque el pueblo siguiera venerándola no bastaba. Así, poco a poco, se dejó estar. Cuando decidió que su misión estaba completa, murió.
Tenía cuarenta y tres años, hacía veinticinco que estaba casada con Juan Manuel. Dedicó por entero su vida al triunfo de su marido.
Sola y sin testigos desapareció una de las figuras clave de nuestra historia. Puertas y ventanas fueron tapiadas, siguiendo estrictas órdenes del gobernador...


[1]  Encontramos mujeres que defienden sus derechos: Isabel de Guevara, que solicita el reconocimiento de sus servicios junto con otras mujeres que trabajaron arduamente en la primera y accidentada fundación de Buenos Aires, y en virtud de lo cual se le conceda su "repartimiento perpetuo". Juana Ortíz de Zárate, se niega a contraer matrimonio con el candidato impuesto por el Virrey Toledo del Perú, y se casa con el hombre que ella elige.

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