EL HOMBRE Y LA ESENCIA DEL ESPECTÁCULO
"Ningún
ser viviente se ha privado del ejercicio de hacer teatro: el mimetismo,
en el caso del animal y de la planta,
y el juego, en el animal y el ser
humano, significan ya hacer
teatro."[1]
¿Por qué nos sentimos
atraídos hacia lo “teatral”? ¿Por qué
esa necesidad de convertirnos en espectadores de constantes
"espectáculos" diarios? Desde
cualquier situación bochornosa o curiosa que transcurre en la calle hasta un
programa televisivo: El
espectáculo, no es sólo una demostración
que se encuentra "armada de antemano", sino que está impreso en cada uno de nosotros
de manera inconsciente, formando parte
de nuestras vidas desde que tenemos uso de razón. ¿Cuántas veces pretendemos ser de una manera
que realmente no somos ocultando nuestro verdadero yo a los demás? Es tan común,
escuchar aquello de: “Yo también
estoy mal, pero los demás no tienen
porque enterarse”. Lo teatral
convive con nosotros de una manera tan habitual, que ni siquiera nos percatamos de ello.
Todo lo que comprende
una representación escénica, nos
atrapa, nos subyuga de manera
inexplicable. Cada persona asiste a
alguna de sus formas: el teatro, la ópera,
el cine, e incluso la
televisión, que en este sentido es el
medio de más fácil acceso. Con su
variedad en la programación, ofrece un
panorama de las preferencias de la sociedad.[2].
Tomando al teatro como
base de todo espectáculo. Samuel Selden[3], ya en 1941,
se cuestionaba el por qué de la asistencia del público al teatro, y a partir de una encuesta realizada en tres
teatros, arribó a las siguientes
conclusiones: En primer lugar, la gente asiste al teatro para divertirse, intentando olvidar por un momento lo vivido
en el día: evadiendo la realidad se
despeja la mente y se recarga energías.
En segundo lugar, busca un estímulo, todas las personas necesitan experimentar con
las emociones, reír y llorar, intensificar afectos y esperanzas, revivificar sentimientos que normalmente se
encuentran adormecidos por la frustración o la rutina. El tercer elemento lo constituye la necesidad
de esclarecimiento: algunos necesitan reflexionar o reinterpretar
diversas situaciones, a partir de
comentarios, obras, medios humorísticos...
Así es como el deseo de
diversión, de estímulo y de
esclarecimiento, se concretan en el
teatro. Y a pesar de que Selden formula
esta resolución en orden al teatro, se
pueden trasladar los mismos parámetros para las otras variantes del espectáculo
que ya he enumerado. Se llega a estos tres
fines porque la asistencia al teatro implica la compenetración del público con
los actores y la creencia e identificación en sus personajes. Son éstos quienes contribuyen a crear la
ficción. Y quizás, sea por ello que en el siglo XX los artistas
llegaron a ser deificados. De esta
manera, por lo menos con respecto al
cine, lo presenta Edgar Morin en un
trabajo sobre las estrellas de cine,
donde afirma que:
“Transmutadas en heroínas, divinizadas,
las estrellas son algo más que objetos de admiración. Son también sujetos de culto. A su alrededor
se constituye un embrión de religión."[4]
De la misma manera
en que este fenómeno se manifiesta en Estados Unidos, en Argentina ocurre un
hecho similar con los actores de televisión.
No por nada George Bernard Shaw afirma: “El salvaje adora ídolos de madera y piedra, el hombre civilizado, ídolos de carne y sangre”. Gracias a ellos, curiosamente,
hoy el espectáculo vuelve a convertirse en culto.
Para comprender el
fenómeno de la identificación del público con el personaje, primeramente debemos considerar que de la
misma manera en que cotidianamente nos enfrentamos a nuestros problemas, el actor compone el personaje desarrollando
los conflictos que éste posee (consigo mismo,
con el entorno y con los demás personajes). Selden dedica un capítulo de su libro a la
reacción del público, y explica que todo
individuo está compuesto por un hombre exterior y un hombre interior. El primero está formado por todos los
aspectos que pueden ser percibidos por los demás, como la apariencia externa, sus acciones,
la emisión vocal. El segundo está
conformado por la mente y todas las actividades internas que regulan el
bienestar biológico. Toda persona
manifiesta a través de una expresión orgánica lo que siente: ante el enojo y el miedo, se palidece;
el placer produce afluencia de sangre a la piel del rostro. (Sin embargo,
el hombre externo de hoy, oculta
a su hombre interno). Según esto
último, podemos afirmar acorde a lo
expresado por Alexis Carrel, que “El
hombre piensa, inventa, ama,
sufre, admira y ora con su
cerebro y todos sus órganos”.[5] Por ello,
concluye que:
“Desde
el punto de vista del teatro, el hombre
externo es en términos generales el hombre del movimiento, mientras que el hombre interior es el hombre
del pensamiento y del sentimiento. Tanto
el actor como el espectador están divididos de este modo. La sustancia básica que ha de comunicarse
desde el escenario al público es un sentimiento reflexivo. Por esta razón, el propósito del actor, que a su vez es influido por el
dramaturgo, consiste en extender de
algún modo su propio hombre interior más allá de las candilejas y afectar al
hombre interior del espectador”.[6]
La catarsis de la que
habla Aristóteles se manifiesta de la manera más perfecta en el género
dramático, como un purgante que permite
volver a regenerar la salud orgánica.
Tal vez, esto es lo que nos lleva
a adorar las representaciones, y hace
que creamos, suframos o riamos con
ellas. En ésto radica nuestra necesidad
de asistir a cualquier representación:
en la posibilidad que nos ofrece de observarnos a nosotros mismos. Así como el actor de teatro continúa con la
obra (show), el hombre (actor) debe
continuar con su papel en el gran teatro de la vida.
Claudia L. Ferreira
[1] PIGNARRE, R.: Historia del Teatro, trad. de la edición francesa de 1959 por
Francisco Javier, 5 ed., Buenos Aires,
Eudeba, 1993
[2] Podríamos observar el
cambio en los intereses de la sociedad,
por ejemplo, en la profusión de
novelas que años atrás se televisaban en horario de la tarde, y que hoy son suplantadas por abundantes
programas de chimentos. Al parecer, ya no alcanza con vivir dramas
artificiales, se necesita que aquellos
que son artistas y sobre todo, que
aquellos que se autodenominan como tales,
expongan su vida privada como parte del espectáculo. Por otro lado, destacan los "reality show" como una
manera de introducir al espectador más vívidamente en una estructura
escénica. Nos encontramos ante una
involución cultural: este público en
lugar de exigir mejores programaciones,
se sujeta en forma creciente a la televisión basura.
[3] SELDEN, S.: La
Escena en acción, p. 12.
[4] MORIN, Edgar:
Las Estrellas de Cine, Buenos
Aires, 2ed., Eudeba, 1966, p. 83.
[5]SELDEN, S.: op. cit.,
p. 218.
[6]Ibidem: pp. 219-220.
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