Algunas consideraciones reflexivas




"Seguramente que entre la música y el color no hay nada más en común que el hecho de que ambos siguen el mismo camino. Siete notas con ligeras modificaciones son suficientes para crear sabe Dios qué universo. ¿Debería ser diferente en las artes plásticas?".
Henri Matisse



6 de marzo de 2019

De Claudia Lorena Ferreira


EL HOMBRE Y LA ESENCIA DEL ESPECTÁCULO

"Ningún ser viviente se ha privado del ejercicio de hacer teatro:  el mimetismo,  en el caso del animal y de la planta,  y el juego,  en el animal y el ser humano,  significan ya hacer teatro."[1]

                        ¿Por qué nos sentimos atraídos hacia lo “teatral”?  ¿Por qué esa necesidad de convertirnos en espectadores de constantes "espectáculos" diarios?  Desde cualquier situación bochornosa o curiosa que transcurre en la calle hasta un programa televisivo:  El espectáculo,  no es sólo una demostración que se encuentra "armada de antemano",  sino que está impreso en cada uno de nosotros de manera inconsciente,  formando parte de nuestras vidas desde que tenemos uso de razón.  ¿Cuántas veces pretendemos ser de una manera que realmente no somos ocultando nuestro verdadero yo a los demás?  Es tan común,  escuchar aquello de: “Yo también estoy mal,  pero los demás no tienen porque enterarse”.  Lo teatral convive con nosotros de una manera tan habitual,  que ni siquiera nos percatamos de ello. 

                        Todo lo que comprende una representación escénica,  nos atrapa,  nos subyuga de manera inexplicable.  Cada persona asiste a alguna de sus formas:  el teatro,  la ópera,  el cine,  e incluso la televisión,  que en este sentido es el medio de más fácil acceso.  Con su variedad en la programación,  ofrece un panorama de las preferencias de la sociedad.[2]. 

                        Tomando al teatro como base de todo espectáculo.  Samuel Selden[3],  ya en 1941,  se cuestionaba el por qué de la asistencia del público al teatro,  y a partir de una encuesta realizada en tres teatros,  arribó a las siguientes conclusiones:  En primer lugar,  la gente asiste al teatro para divertirse,  intentando olvidar por un momento lo vivido en el día:  evadiendo la realidad se despeja la mente y se recarga energías.  En segundo lugar,  busca un estímulo,  todas las personas necesitan experimentar con las emociones,  reír y llorar,  intensificar afectos y esperanzas,  revivificar sentimientos que normalmente se encuentran adormecidos por la frustración o la rutina.  El tercer elemento lo constituye la necesidad de esclarecimiento:  algunos necesitan reflexionar o reinterpretar diversas situaciones,  a partir de comentarios,  obras,  medios humorísticos...

                        Así es como el deseo de diversión,  de estímulo y de esclarecimiento,  se concretan en el teatro.  Y a pesar de que Selden formula esta resolución en orden al teatro,  se pueden trasladar los mismos parámetros para las otras variantes del espectáculo que ya he enumerado.  Se llega a estos tres fines porque la asistencia al teatro implica la compenetración del público con los actores y la creencia e identificación en sus personajes.  Son éstos quienes contribuyen a crear la ficción.  Y quizás,  sea por ello que en el siglo XX los artistas llegaron a ser deificados.  De esta manera,  por lo menos con respecto al cine,  lo presenta Edgar Morin en un trabajo sobre las estrellas de cine,  donde afirma que:

“Transmutadas en heroínas,  divinizadas,  las estrellas son algo más que objetos de admiración.  Son también sujetos de culto. A su alrededor se constituye un embrión de religión."[4]

                        De la misma manera en que este fenómeno se manifiesta en Estados Unidos, en Argentina ocurre un hecho similar con los actores de televisión.  No por nada George Bernard Shaw afirma: “El salvaje adora ídolos de madera y piedra,  el hombre civilizado,  ídolos de carne y sangre”.  Gracias a ellos,  curiosamente,  hoy el espectáculo vuelve a convertirse en culto.

                        Para comprender el fenómeno de la identificación del público con el personaje,  primeramente debemos considerar que de la misma manera en que cotidianamente nos enfrentamos a nuestros problemas,  el actor compone el personaje desarrollando los conflictos que éste posee (consigo mismo,  con el entorno y con los demás personajes).  Selden dedica un capítulo de su libro a la reacción del público,  y explica que todo individuo está compuesto por un hombre exterior y un hombre interior.  El primero está formado por todos los aspectos que pueden ser percibidos por los demás,  como la apariencia externa,  sus acciones,  la emisión vocal.  El segundo está conformado por la mente y todas las actividades internas que regulan el bienestar biológico.  Toda persona manifiesta a través de una expresión orgánica lo que siente:  ante el enojo y el miedo,  se palidece;  el placer produce afluencia de sangre a la piel del rostro.  (Sin embargo,  el hombre externo de hoy,  oculta a su hombre interno).  Según esto último,  podemos afirmar acorde a lo expresado por Alexis Carrel,  que  “El hombre piensa,  inventa,  ama,  sufre,  admira y ora con su cerebro y todos sus órganos”.[5]  Por ello,  concluye que:

“Desde el punto de vista del teatro,  el hombre externo es en términos generales el hombre del movimiento,  mientras que el hombre interior es el hombre del pensamiento y del sentimiento.  Tanto el actor como el espectador están divididos de este modo.  La sustancia básica que ha de comunicarse desde el escenario al público es un sentimiento reflexivo.  Por esta razón,  el propósito del actor,  que a su vez es influido por el dramaturgo,  consiste en extender de algún modo su propio hombre interior más allá de las candilejas y afectar al hombre interior del espectador”.[6]

                        La catarsis de la que habla Aristóteles se manifiesta de la manera más perfecta en el género dramático,  como un purgante que permite volver a regenerar la salud orgánica.  Tal vez,  esto es lo que nos lleva a adorar las representaciones,  y hace que creamos,  suframos o riamos con ellas.  En ésto radica nuestra necesidad de asistir a cualquier representación:  en la posibilidad que nos ofrece de observarnos a nosotros mismos.  Así como el actor de teatro continúa con la obra (show),  el hombre (actor) debe continuar con su papel en el gran teatro de la vida.


Claudia L. Ferreira


[1]  PIGNARRE,  R.: Historia del Teatro,  trad. de la edición francesa de 1959 por Francisco Javier,  5 ed.,  Buenos Aires,  Eudeba,  1993
[2]  Podríamos observar el cambio en los intereses de la sociedad,  por ejemplo,  en la profusión de novelas que años atrás se televisaban en horario de la tarde,  y que hoy son suplantadas por abundantes programas de chimentos.  Al parecer,  ya no alcanza con vivir dramas artificiales,  se necesita que aquellos que son artistas y sobre todo,  que aquellos que se autodenominan como tales,  expongan su vida privada como parte del espectáculo.  Por otro lado,  destacan los "reality show" como una manera de introducir al espectador más vívidamente en una estructura escénica.  Nos encontramos ante una involución cultural:  este público en lugar de exigir mejores programaciones,  se sujeta en forma creciente a la televisión basura.
[3]  SELDEN,  S.:  La Escena en acción,  p. 12.
[4]  MORIN,  Edgar:  Las Estrellas de Cine,  Buenos Aires,  2ed., Eudeba, 1966,  p. 83.
[5]SELDEN,  S.:  op. cit.,  p. 218.
[6]Ibidem:  pp. 219-220.

De Ignacio Zubizarreta


Algunos puntos controvertidos del Libertador San Martín

En este pequeño trabajo, se intentará en forma muy breve, explicar algunos de los temas controversiales sanmartinianos, con relación a la ejecución de su plan continental. Por ende analizaremos que papeles jugaron la logia, que características tuvo la misma, que influencia tuvo ésta en la independencia. Y finalizando, se intentará aclarar el pensamiento político del prócer y su evolución en el tiempo.

La Independencia

Si los granaderos a caballo fueron el brazo armado del plan continental, la independencia fue tal vez su sustento ideológico. Como se sabe, desde el triunvirato más progresista (1812) que creó la bandera, el himno, y demás, pasando por el Directorio alvearista, nadie hasta ese entonces, a pesar del patriotismo de muchos de los protagonistas de los anteriores gobiernos, se animó sin embargo a declarar solemnemente la independencia de España. Si bien el triunvirato estuvo en algún tiempo dominado por los “jacobinos”, claros hostilizadores de los residentes españoles en Buenos Aires, había un grupo de conservadores que intentaba moderar la política de estos últimos. Los triunviros no llegaron a madurar muchas de sus ideas políticas, el gobierno ya había pasado a manos de otros. Con Posadas y Alvear, observamos una política internacional plagada de intentos de arreglos diplomáticos con las potencias extranjeras. Tengamos en cuenta que Napoleón aún no había caído, y Su Majestad Británica (aliada por entonces a España) recomendaba pedir disculpas y mejorar las relaciones con la Madre Patria. Luego Napoleón es derrotado, e Inglaterra seguirá siendo aliada de España a través del Congreso de Viena, aunque más abiertamente demostrará una política favorable a las colonias insurrectas. Pero también a España le quedaron las manos libres para poder al menos reconquistar su imperio perdido. En estas idas y venidas, cuando ni siquiera había un total acuerdo sobre qué política de gobierno se debía seguir en nuestro país, la Independencia es solemnemente declarada en 1816. San Martín continuamente escribía al representante de su provincia, Godoy Cruz, para saber como se estaban dando las cosas en Tucumán. Presionaba para que las discusiones sobre la adopción de un gobierno determinado se discutan después. El sólo necesitaba, al menos por el momento, saber que peleaba para un país soberano, legítimo, contra la ocupación extranjera. Además, influyó a través de la logia para que se nombrase como nuevo Director a alguien alejado de las pasiones de su época, a alguien que pudiera darle un desinteresado apoyo a su plan continental. Y en esta búsqueda hallaron a Pueyrredón, quien con sus hechos y sacrificios demostró ser la elección acertada.
Nuevamente sobre la Independencia, podemos decir que ésta le otorgó un marco de legalidad que le permitió al Libertador escribirse, entre otros, con el Virrey de Lima, o con diversas autoridades de la política europea, representando a un gobierno legítimo. Nuevamente citando a Pérez Amuchástegui, y finalizando con el tema, podemos afirmar que: “El texto del acta de Tucumán fue, probablemente, uno de los más significativos triunfos de la logia Lautaro.”[1]

 La Logia

De este tema han surgido numerosos debates dentro y entre las distintas corrientes historiográficas. Unos han afirmado que las logias americanas han tenido nada o poco que ver con la masonería. Otros han pensado lo contrario. Lo que sí podemos asegurar es que las logias americanas independentistas han sido utilizadas con objetivos puntuales y que sus fuentes, siempre secretas, no nos han sido reveladas: “el hermético silencio de sus miembros y el misterio como norma, han constituído los obstáculos insalvables para verificar el análisis revelador.”[2] A pesar de esto último, no podemos dejar de negar en las logias su gran influencia a lo largo de todo el proceso.
El historiador Ricardo Piccirilli ha estudiado con profundidad este tema en su obra “San Martín y la política de los Pueblos”. Según este autor, ni el mismo Mitre, liberal y masón, ha podido esclarecernos en su obra de modo preciso las relaciones entre las logias, la masonería, y San Martín.
Sin duda, algún tipo de entendimiento existió entre las logias británicas y las americanas, la influencia del Precursor Miranda ha quedado marcada dado el carácter del mismo  de primer promotor de la independencia a través de los ideales liberales y la ayuda británica. La logia de Caballeros Racionales (como se llamará en un primer momento la base de lo que después será la logia Lautaro) tuvo su primer movimiento de peso en la remoción del triunvirato porteño de 1812. En este suceso, ya vemos involucrados a San Martín y Alvear. Sin embargo, será este último quien lleve las riendas de la reciente logia porteña, y en un astuto movimiento se desprende de quién creía que era su rival más peligroso: manda a San Martín a remplazar a Belgrano en el mando del alicaído ejército norteño. Piccirilli junto a otros autores considera que las logias americanas no tienen necesariamente porqué ser masónicas. Los ideales “espirituales” o filosóficos pueden estar emparentados, pero los objetivos políticos a corto plazo son distintos: es decir, las logias americanas tienen un objetivo fijo, la independencia americana, las logias masónicas tienen una función más cultural, difundir las ideas progresivas, liberales y anticlericales.[3]
En San Martín no vemos nada de lo último. No se conoce anticlericalismo en él. Por el contrario, bien alertado por los consejos de Belgrano, aprende a fomentar algunos elementos religiosos para alentar a sus soldados del norte, teniendo muy en cuenta el carácter profundamente religioso de estos últimos. Sin embargo, los masones tenían relaciones con la Logia Lautaro, según Piccirilli[4] y Pasquali[5] las logias masónicas, que ya estaban establecidas en Buenos Aires antes del arribo de San Martín y Alvear, servían como “semillero” del cual se extraían los jóvenes más talentosos para desempeñar algún cargo en la Logia Lautaro. Se garantizaban ciertos ideales básicos en un joven proveniente de la masonería que podía servir para los fines independentistas. Es Julián Álvarez quien dirigió esta suerte de logia “intermedia”, y que dio buenos frutos a la causa americana.
Por nada en el mundo podemos asistir a las afirmaciones ambiciosas de Sejean de que la logia Lautaro dependía de su matriz londinense. Por el contrario, las logias se formaban a granel, y eran completamente autárquicas. Sus fines eran políticos, y no tenían como meta principal abrirle el comercio a los británicos. Sin embargo, debido a la influencia de ciertos personajes de gran trascendencia, era natural que algunas logias cayeran en la influencia de otras, o que algunas logias se crearan con la función de mero instrumento de otra, pero no podemos afirmar tanto como que todas dependían de Londres. Justamente, luego de la caída del alvearismo, es San Martín quien se decide a reorganizar las logias según sus objetivos. Restablece algunas de las ideas rectoras de 1812, y en conjunto con Pueyrredón la rebautizan logia Lautaro, en honor al araucano chileno que se resistió a las fuerzas conquistadoras españolas. Sin embrago, el significado del nombre hace clara alusión a la misión del plan continental, es decir, se llama logia Lautaro porque con ese nombre se hace honor al cambio de planes que promueve ahora sí el paso por Chile.
Luego, en del otro lado de los Andes, se establece una logia adicta tanto a O´Higgins como al mismo San Martín, llamada Lautarina. Tendrá constante relación con sus pares de Mendoza y Buenos Aires.
Desde Santiago, San Martín busca contactos con Inglaterra con fines de asegurarse un gobierno legitimado por esa potencia. Incluso  pensó en instaurar algún noble de la casa reinante británica. Estas misiones fueron llevadas a cabo por Irisarri como representante de Chile, y Valentín Gómez como representante del Directorio. Sin embargo, a pesar del asentimiento de estas negociaciones por parte de O´Higgins, se supone que es San Martín quien promueve todo esto. Piccirilli hace un seguimiento muy interesante del asunto nutrido de las fuentes que dejó el amigo británico del Libertador, William Bowles, y llega a la conclusión de que en determinado momento se pierde todo rastro documental de dichas negociaciones. Nos hubiera gustado conocer qué sucedió. Sin embargo, la logia no se quedó para nada inactiva. Logró conseguir instruidos navegantes británicos para que comandasen las naves con destino al Perú, y consiguió fondos para sustentar dicha expedición. Pero mientras esto sucedía, en Buenos Aires el Directorio se estaba derrumbando. La logia porteña incursionaba cada vez más en temas inherentes a su suelo, despreocupándose por lo que pudiera suceder en tierras tan lejanas como Perú. Los rivadavianos, autárquicos, no se mostrarán interesados en colaborar con sus países vecinos en sus respectivas independencias. En definitiva, a ellos nadie los ayudó cuando tuvieron que combatir contra los realistas de Montevideo y el Alto Perú. Además, las luchas civiles se comían todos los recursos y las energías de la gente del litoral, cansados de tener que soportar el peso de guerras tan consecutivas. San Martín, para poder dirigirse al Perú, tuvo antes que renunciar al mando de General de las fuerzas argentinas, dicha desobediencia, (más que justificada) produjo enormes rencores entre los logistas porteños y le prócer. Pero para ese entonces, el Libertador ya había entrado y liberado Perú de los españoles.

Ideas políticas

En este último punto del trabajo nos detendremos brevemente en lo que se podría considerar el pensamiento político del Libertador. Como sabemos, el plan continental fue una estrategia militar para libertar América, pero ¿después de ese plan qué?. Teniendo en cuenta que casi siempre son los militares, luego de una conquista, quienes eligen a los gobernadores del lugar conquistado, es necesario analizar como actúa nuestro prócer en estas circunstancias.
Sus ideas políticas: Algunos historiadores pretendieron equivocadamente ver en San Martín a un legitimador ilustre del régimen rosista. Es verdad que San Martín, con el tiempo, se fue dando cuenta que solo una mano fuerte podía mantener el orden en los pueblos revoltosos de América. Es verdad que le otorgó a Rosas su sable, y que en algún momento de su exilio tributó elogios por su gobierno. Sin embargo, la entrega del sable fue más bien simbólica, y lo que quiso premiar San Martín en Rosas fue solamente su faceta de defensor de la soberanía Argentina. Por otro lado, el Libertador no veía con buenos ojos un gobierno sustentado por la violencia, de hecho, nunca volvió a la Argentina a vivir como a él le hubiera gustado, por la situación de inseguridad que se respiraba.
En parte, puede parecer una contradicción reconocer que solo un gobierno fuerte puede dirigir la política americana, y ser a su vez un pacifista. El mismo San Martín reconoce que de haberse comportado con mayor rigor cuando fue Protector del Perú, las cosas hubieran resultado de otra manera. Acepta que la mano dura es necesaria, pero no quiere ser él quien deba ejercerla. Es muy sencillo, su misión fue la de Libertar los países americanos, y no la de gobernarlos. Él conocía sus limitaciones, era un militar y no un político.
Rechazó el gobierno en Chile, cediéndoselo al nativo O´Higgins. Acepto a regañadientes (y porque no quedaba otra opción) el Protectorado del Perú, siempre aclarando que dejaría el cargo en cuanto una constitución y ciertas reformas garantizasen la estabilidad del país. Como ya dijimos, fue un militar pacifista y esto sí que no es contradictorio, porque lo demostró en sus actos. Intentaba dialogar siempre con el enemigo para llegar a un acuerdo (correspondencia entre San Martín y La Serna, López, Artigas, agentes españoles, etc.). Intentó minimizar las batallas, optando por la guerra de recursos para tomar Lima, ciudad que conquistó sin una gota de sangre.
Fue amigo de la legalidad, y salvo algunas situaciones de excepción (como el renunciamiento, o el golpe de 1812) siempre respetó las órdenes y las autoridades establecidas. En cuanto a sistema de gobierno: él mismo era un liberal ilustrado, en su biblioteca se encontraron la obra de los pensadores franceses más progresistas del siglo de las luces. Se decía amante del sistema republicano. Durante los años de la independencia, coincidió con los pensadores de su patria, sin tener bien en claro la forma, la instauración de una monarquía parlamentaria “a la inglesa”. Los diferentes planes, como el de Belgrano, las diferentes negociaciones y coqueteos con nobles de las cortes europeas no dieron resultados. En Europa la Gran Revolución había llegado a su fin, el absolutismo y la monarquía eran nuevamente las ideas rectoras. No se podía pretender la neutralidad de las potencias absolutistas instaurando un gobierno democrático, tal como querían los “jacobinos rioplatenses”. Sin embargo, las aguas se enfriaron, y nada de esto se llevo a la práctica. Ni siquiera la democracia, ya que las guerras civiles lo consumieron todo. Y durante los años 1816-32 en Argentina se dio un gobierno federal de hecho, cada provincia se vio concentrada en sus propios problemas.
San Martín también negoció a través de sus representantes para poner un infante de cada reino importante en cada país independizado. El objetivo fue buscar un equilibrio de poder para que ninguna potencia pudiera adquirir “un monopolio” de influencia en Hispanoamérica. Tampoco este proyecto prosperó. Y cuando los vientos comenzaron a cambiar (desde 1822) se vio en San Martín a un odioso sostenedor del orden monárquico, y fue blanco de injurias. El desprestigio en que se vio envuelto le dio sobrados motivos para su exilio. Y desde Bélgica  primero y Francia después, nos fue mostrando el Libertador una notable madurez en su pensamiento político. Desde allí, aunque ya lo había sostenido antes, en sus cartas criticó al sistema federal. Aunque en algunas cosas se sentía más cerca del pensamiento unitario, no fue de ninguna forma unitario, tan solo recordar la figura de Rivadavia le hacía desmerecer lo bueno de este partido. Además, los unitarios no eran monárquicos. Y paradójicamente, mientras en algún momento mostró simpatías por Rosas, nunca compartió las ideas de un gobierno federal, al menos no en nuestras tierras. Según él, nuestros “paisanitos” carecían de madurez en su pensamiento político para poder elegir sus representantes. El federalismo llevaría a la anarquía y terminaría enconizando a un tirano, y su predicción se cumplió a la perfección. Sostuvo que ni Franklin ni Washington podrían haber llevado a buen puerto el gobierno de los hispanoamericanos, ya que las buenas intenciones y las ideas políticas correctas no son aplicables en cualquier lugar y en cualquier momento. La “libertad” según la entendían los ideólogos de la Revolución francesa podría servir en un gobierno como el norteamericano, pero nunca en su suelo natal, ya que creía que era lo mismo que darle -“navajas a los monos” (palabras de San Martín).  En este sentido, su pensamiento siempre fue coherente, y con el tiempo, su antiguo republicanismo se fue tornando en aprecio a un orden un poco más conservador. Amaba el orden, pero no a través de la despiadada violencia, sino a través de la aplicación correcta de la ley. Quería orden para asegurar la paz, el comercio, y el bienestar de los correctos ciudadanos. Odió el caudillismo levantisco, y siempre buscó instaurar gobiernos legales. Sin embargo, durante los años 1824-1848 se interpretaron muy mal las ideas del Libertador, y muy poco antes de la muerte, los pensamientos en torno a su persona maduraron nuevamente, y fueron proclives a otorgarle los méritos que tan noble persona merecía. 


Ignacio Zubizarreta
5* de Historia
Fragmento del Trabajo del Seminario II de Hist. Argentina: “El Plan Continental de San Martín” (en sus aspectos teóricos)




[1] Pérez Amuchástegui, A. J.,  Ideología y Acción de San Martín, Buenos Aires, Eudeba, 1996, p. 37.
[2] Piccirilli, Ricardo., San Martín y la política de los Pueblos, Buenos Aires, Ediciones Gure S.R.L., 1957, p. 124.
[3] Piccirilli, Ricardo., San Martín y la política de los Pueblos: op. cit., pp.125-130.
[4] Piccirilli, Ricardo., San Martín y la política de los Pueblos: op. cit., p. 125.
[5]Pasquali, Patricia., San Martín, La fuerza de la misión y la soledad de la gloria: op. cit.,  pp. 128-131

La Mujer en la Sociedad Federal


Presencia femenina en la Historiografía

La mujer, el sexo y el amor forman parte de nuestra historia como la forman en cualquier lugar del mundo.
La escasa presencia de las mujeres en la historiografía argentina no se debe sólo a que los historiadores, casi todos hombres, privilegian su sexo, sino a que su interés estaba centrado en la historia política, donde no abunda la presencia femenina. Las mujeres no están “ausentes de la historia”: se las encuentra en todos los documentos, pero los historiadores del siglo XIX no “preguntaban” a los documentos sobre temas de historia social porque no les interesaba. Como a sus contemporáneos europeos, les inquietaba más la historia política y del poder en las que sobresale la presencia masculina. El fuerte de la mujer, en cambio, está en la historia social y de mentalidades.
Es recién en la segunda década del siglo XX, con la aparición en Francia de la Escuela de Annales (Lucien Fevre, Marc Bloch, Fernand Braudel) que comienza a valorarse la historia social. Esta corriente historiográfica estaba interesada en destacar la importancia de lo cotidiano, de lo que sucedía en los hogares y lugares de trabajo y diversión; no sólo en las batallas y Cortes. De entonces data el interés por las actitudes y el pensamiento femenino y empiezan a surgir las historias de las mujeres que no han sido sólo reinas, heroínas o cortesanas sino activas participantes en el proceso social y económico.
De estos estudios de género sobresale Georges Duby con su Historia de las Mujeres de la Antigüedad al siglo XX.
Hasta 1950 son rarísimos los trabajos dedicados a biografías femeninas. Hay desde luego algunas excepciones cuando se trataba del caso de mujeres tan descollantes como Mencia Calderón de Sanabria, Mariquita Sánchez o Encarnación Ezcurra; pero estas publicaciones revelan un enorme desequilibrio entre la importancia que tuvieron estas mujeres en nuestros procesos históricos y la atención que le prestaron nuestros historiadores.

Antecedentes

Se ha cometido una gran injusticia historiográfica para con la mujer pobladora. Se la ha tenido tan poco en cuenta, que ni siquiera se sabe cuándo se integra a la ciudad, si está desde la primera hora, cuándo y con quién llegó...
Para hablar de las mujeres argentinas debemos referirnos en primer lugar a las viajeras españolas que acompañaron a los navegantes del siglo XVI. Ellas están signadas por las formas asociativas primarias en la vida de las mujeres del Barroco: familia y convento. En nuestro próximo encuentro nos enteraremos de la vida religiosa en nuestra sociedad colonial.
Son estas mujeres las que ponen el cimiento de las rudimentarias familias del primer embrión de nuestra nacionalidad.
Alrededor de veinte son las que arriban al Río de la Plata en la expedición de Pedro de Mendoza. Una de ellas, conmovió a las generaciones futuras con la descripción del penoso estado al que se vieron reducidos los orgullosos conquistadores poco después de su llegada. Se trata de Isabel de Guevara, quien se constituye en verdadera corresponsal de la expedición de Mendoza. Entre otras podemos mencionar a María Dávila, Mencia Calderón de Sanabria, Ana Díaz, María Mexía Mirabal, Teresa Ascensio de Mallea, Juana Ortíz de Zárate.
Las mujeres que encontraremos a principios del siglo XIX, estas "bellas argentinas", como las designan la mayoría de los viajeros extranjeros, proceden de toda una tradición americana que emergió de la realidad que le tocó vivir al español que llegó a estas tierras. Realidad única, totalmente diferente de la América anglosajona, eso era América Latina: todo un gran espacio nuevo casi atemporal, rayando en lo mítico, listo para ser descubierto. Si vamos al principio de las cosas, podremos ver lo que es este continente o lo que fue para aquellos primeros navegantes que surcaron el océano a enfrentarse a lo desconocido, en busca de aventura, fama y fortuna.
Los parámetros de acción de la mujer se extendían desde dar descendencia a organizar el hogar. Ninguna educación que no fuera la destinada a hacer de ella una buena esposa era necesaria. Las condiciones que se habían puesto, y que se desarrollarían durante todo el siglo XVI y parte del XVII, eran muchas: que la mujer lea, pero solamente catecismos, libros devotos y de meditación; textos bíblicos, muy rara vez, y que no los interprete sola, que lo haga bajo la atenta vigilancia de su confesor. La educación incluía escritura, algunas reglas de aritmética, pero por sobre todas las cosas religión. Finalmente toda mujer se encontraba en lo privado bajo el dominio de un hombre: su padre, su esposo y en el caso de la monja, su confesor. "No vaya a pensar sola, no se le ocurra opinar". Podemos ver dos tipos de ámbitos que oficiaban de claustros a los que la mujer estaba sujeta: el doméstico y el conventual. Y con todo, a pesar de esta teoría educativa, la mujer hablaba[1].
¿Cómo llegamos a una sociedad como la de 1830, donde la mujer redacta su propio periódico? ¿En qué momento comienzan a jugar un papel importante en el ámbito público desde lo político, mujeres como Encarnación Ezcurra?... Porque ninguna de ellas es un producto aislado, sino que proceden de una época, debieron haber crecido con ciertos modelos e ideas sobre aquello que querían o debían ser.
La participación de las mujeres en las revoluciones del siglo XVIII se traduce en su compromiso cotidiano que varía según las tradiciones y la situación de cada país.
Por cierto que el caso francés es el más pleno, aquel en que las mujeres, que formaban la sans-culottiere femenina invaden el espacio político y público y dan sentido nacional a sus actividades.
Su práctica militante depende en gran medida de su ambiguo status de ciudadanas sin ciudadanía. Ciertos compromisos femeninos tienden directamente a compensar su exclusión del cuerpo político legal, a afirmarse como miembros del Estado.
El primer ámbito donde encontramos la presencia femenina es en las tribunas, que constituyen un medio de mezclarse en la esfera política de un modo a la vez concreto y simbólico.
Pese a esto, las mujeres no son miembros plenos de las organizaciones revolucionarias.
Los objetivos femeninos dejan entrever un cierto interés de independencia: sus asuntos son sus asuntos, y los hombres no tienen por qué mezclarse en ellos. Esta militancia femenina, que tiene lugar en la vida urbana, es ante todo popular y parisina.
Yendo fundamentalmente a la práctica de la mujer en los medios dirigentes, ésta se inscribe en una frontera entre lo público y lo privado: el salón. Éste ejerció tal influencia en la sociedad, a través de las costumbres, que alcanzó a tener casi el carácter de una institución.
Espacio privado en la medida en que forma parte de la casa, al que no todo el mundo tiene acceso; espacio público en la medida en que es el sitio de encuentro entre hombres públicos. Es también lugar de intercambios políticos entre los sexos.
Su carácter semi privado, semi público lo conduce asimismo a desempeñar un papel estratégico.
En estos espacios de reflexión y conversación, se discutían las últimas teorías estéticas, literarias y políticas, corrían los chismes y los rumores, nacían y se extinguían pasiones, se planeaban crímenes...
El salón representó un triunfo del matriarcado, un espacio de libertad creado por una mujer: la salonnière; en general, una dama rica, noble, cuya inteligencia actuaba como un imán sobre un grupo de figuras masculinas eminentes.
El Salón nació en el siglo XVII, floreció en el XVIII, llegó a ser casi indispensable en el XIX y se extinguió en el XX (con la liberación femenina).
En Argentina, el Salón dio paso a la Tertulia.
¿Cómo llegó Rosas al poder?
Juan Manuel de Rosas era la hechura moral de su madre, Agustina López Osornio.
“Tu posición es hoy terrible: si tomas injerencia en la política es malo, si no sucumbe el país por las infinitas aspiraciones que hay y los poquísimos capaces de dar dirección a la nave del gobierno. Por ahora nada más te digo, sino que mires bien lo que hacés”.

Hacia Junio de 1820 el brigadier Martín Rodríguez, flamante general en Jefe del Ejército de la ciudad de Buenos Aires, hizo llegar  un pedido urgente al estanciero Juan Manuel de Rosas, instándolo a participar de la defensa de la ciudad, amenazada por una desorbitada anarquía.
Rosas no vaciló ante este llamado. Dentro de su federalismo, jamás estuvo de acuerdo con grupos deliberativos en cuanto a toma de decisiones. No creía en otra cosa que no fuera el autoritarismo personal, detalle que por otra parte constituía un sólido pilar en sus trabajos de campo.
En Octubre fue designado Coronel de Caballería. Se lo llamó públicamente “Restaurador del Orden y la Autoridad local”, en esa, su primera aparición pública.
Rosas no era un hombre de campo, llano, sin otros límites que los que su tarea imponía. Por el contrario, sin proclamar su apariencia libresca, era hombre de lecturas permanentes y constantes.
Tras el pronunciamiento de Lavalle, se produjo el advenimiento de Rosas al gobierno de la provincia. Revestido de amplios poderes, aclamado en las calles por el pueblo y por las clases altas.
Orden y disciplina. El orden emanaba de su voluntad. La disciplina debía llegar a todos.
“Cultivó su campo, y defendió la patria”. Así lo definía Encarnación.
Cuando algunos estratos comenzaron a oponerse a los “poderes extraordinarios” otorgados al Gobernador, Encarnación lo tomó como ofensa personal. Sin poderes, no quería ni podía continuar. Renunció. Una y otra vez. Finalmente fue reemplazado por el general Juan Ramón Balcarce.
Dejó el poder con cierto resentimiento. Y marchó una vez más rumbo al sur “para poner orden en la indiada que realizaba tropelías incluso en su mismo establecimiento de Los Cerrillos. Se puso al frente de la Campaña del Desierto, en calidad de comandante general de las fuerzas.
Partió con una mezcla de sordo rencor y tenaz determinación de ser el único, el mejor. Donde pudiera. 

Personalidad de Encarnación Ezcurra

Una mujer sin textos ni estudios previos. Directa y muy personal, de reflexiones agudas, era una política nata.
Actuaba y razonaba políticamente en una época en que las mujeres, más que sometidas, apenas contaban en la sociedad. Se llamaba Encarnación Ezcurra.
De una audacia sin límites, fingió estar embarazada para casarse con el hombre al que amaba.
Con apenas diecisiete años, se vislumbraba una mujer de férreo carácter.
Criada en un hogar de ocho hijos, ella era la quinta. Desde pequeña, sus características sobresalientes fueron la rebeldía y el voluntarismo, tanto así que se imponía con una sola mirada o movimiento.
El 16 de mayo de 1813, luego del ardid tejido por la pareja, se casaron en la iglesia de Montserrat. Dieron su consentimiento los padres de la novia, Juan Ignacio Ezcurra y Teodora de Arguibel.
Como era costumbre, los recién casados fueron a vivir a casa de los Rozas. No pasaría tiempo para que Agustina y Encarnación, ambas de carácter fuerte, chocaran.
Ni la maternidad logró ablandar su temperamento frío y seguro. Quería a sus hijos, pero no se ocupaba de ellos. Ni cuidados, ni mimos, ni presencia de madre.
Aprendió a “hacer cuentas”, en una época en la que contadas mujeres sabían leer y escribir. Otro rasgo de su personalidad digno de resaltar.
Algunos años más tarde, el general Facundo Quiroga la nombró su apoderada para todo tipo de negocios y operaciones. Con libertad de acción y absoluta confianza.
Sin ser política, Encarnación había advertido muy bien la fuerza de los estratos más bajos de la sociedad, que tanto ayudarían a su acción.
Se unió a esta masa, no sólo para apoyarla; sino para dirigirla.
Constantemente, su fiel amiga y compañera alertaba y aconsejaba a Juan Manuel. Intuía y era capaz de ver, desde su propia óptica, situaciones y posibles peligros.
Nunca se vio sujeta a las modas del momento. No lució jamás joyas, ni ostentosos trajes.
Cuando sobrevino la infame acción de Lavalle, escribió a Juan Manuel (cita).
En su doble función de agente política de Rosas y agente financiera de Quiroga, tenía sus días muy ocupados.
Parecía que había pasado mucho tiempo desde que Encarnación escribía las románticas misivas a su, por entonces, novio. Se produce la mutación de esta mujer. De amante a compañera fiel que escribe cartas políticas. Sin embargo, convivían en ella la ingenua y la soñadora de la juventud, con la madura que imponía puntos de vista, consejos y advertencias.
Al llegar por primera vez Juan Manuel al gobierno de Buenos Aires, la euforia de Encarnación no se hizo esperar. Guardaba en su memoria hasta los más mínimos detalles. Estaba orgullosa de todo cuanto su marido hacía. Y al partir él hacia el Desierto, quedó al frente del poder. Tenía de su lado a la “plebe” (cita). Varias son las cartas en las que Encarnación cuenta a Juan Manuel los pormenores políticos durante su ausencia en el desierto.
Estas cartas se convirtieron en verdaderos “partes de guerra”. Encarnación estaba siendo conocida ya como “Heroína de la Federación”. Ella sola une todos los cabos e impulsa todas las acciones (cita).
Pero la oposición no se hizo esperar. Cansada de soportar las infamias publicadas, ideó la salida de un pasquín acorde con sus ideas. Lo llamó Restaurador de las Leyes, sus destinatarios fueron quienes la habían atacado sin piedad.
Los dueños del poder no se resignaron a esta pelea de pasquines. Poco faltaba para que la revuelta estallara.
Pasada la Revolución, que culminaba con la renuncia de Balcarce, Encarnación insistirá vehemente para que su marido regrese al gobierno de la provincia.
Pero Rosas seguía en el sur. Se sucedían mientras tanto las conspiraciones de los exiliados en el Uruguay.
Pronto Encarnación informó a Juan Manuel de una importante visita, la del general Facundo Quiroga. Poco tiempo faltaba para que Juan Manuel regresara al hogar.
Encarnación comenzaría a batallar nuevamente (cita).
Sobrevendría el precario gobierno de Manuel Maza, y la conocida Misión de Quiroga al Norte.
Luego del episodio de Barranca Yaco, las proclamas eran unánimes. Rosas debía regresar al poder.
Feliz se hallaba Encarnación, con la satisfacción del deber cumplido.
Pese a todo, los años fueron yéndose. Juan Manuel estaba cada vez más fuerte y seguro; Manuelita se incorporaba de a poco en la vida oficial, siempre acompañada de su tía Agustina - esposa del general Mansilla -.
¿Qué le quedaba a Encarnación? Ya no había más nada por hacer. Aunque el pueblo siguiera venerándola no bastaba. Así, poco a poco, se dejó estar. Cuando decidió que su misión estaba completa, murió.
Tenía cuarenta y tres años, hacía veinticinco que estaba casada con Juan Manuel. Dedicó por entero su vida al triunfo de su marido.
Sola y sin testigos desapareció una de las figuras clave de nuestra historia. Puertas y ventanas fueron tapiadas, siguiendo estrictas órdenes del gobernador...


[1]  Encontramos mujeres que defienden sus derechos: Isabel de Guevara, que solicita el reconocimiento de sus servicios junto con otras mujeres que trabajaron arduamente en la primera y accidentada fundación de Buenos Aires, y en virtud de lo cual se le conceda su "repartimiento perpetuo". Juana Ortíz de Zárate, se niega a contraer matrimonio con el candidato impuesto por el Virrey Toledo del Perú, y se casa con el hombre que ella elige.

La Revolución del Parque


Introducción



Hacia 1880, el pensamiento positivista parecía tener validez universal y sus concepciones abarcaban todas las disciplinas.
Eran tiempos de optimismo, de fe profunda en el progreso indefinido. En la Argentina de la época –y dentro de ese marco ideológico-, los científicos y los hombres de letras debieron afrontar la difícil tarea de satisfacer el anhelo de una nación joven que quería encontrarse a sí misma.
Un país había quedado atrás: ahora se recibían mensajes, hombres, mercaderías y capitales del exterior. La antigua condición periférica se había redefinido: la generación del ochenta no lo lamentó y de inmediato se lanzó a formar las bases de la República Moderna.
El triunfo del modelo oligárquico estuvo caracterizado por el funcionamiento de un régimen político republicano restringido. La Argentina se insertó en el circuito de la economía mundial como proveedora de materias primas. Junto a las transformaciones económicas que produjo el sistema capitalista mundial en su fase imperialista en nuestro país, se estudian también los cambios sociales generados por la inmigración europea masiva. Asimismo se enfocan los efectos que produjeron esos cambios y la lucha que sostuvieron los distintos grupos para lograr una mayor participación política.
En 1880, la llegada a la presidencia de Julio Argentino Roca y la federalización de Buenos Aires fueron dos episodios que marcaron la consolidación del Estado argentino. También significaron el inicio de una etapa que se extendió hasta 1916 y que fue llamada “la república conservadora”.
La palabra orden en su sentido más fuerte, evoca el monopolio de la violencia legítima dentro de los límites impuestos por la Constitución; el adjetivo conservador, califica la configuración concreta de un régimen de hegemonía gubernamental en el que la intención de los actores para controlar la sucesión choca con oposiciones, conflictos y efectos inesperados.
Si bien la Constitución Nacional de 1853 había establecido un régimen político basado en reglas democráticas, en la realidad se consolidó en ese período una práctica política que limitaba la participación a una minoría. De allí que este período histórico sea también conocido como “la república oligárquica”, ya que un reducido grupo –la oligarquía- ocupaba las posiciones de poder político y económico y garantizaba para sí el control de la sucesión presidencial monopolizando los cargos de gobierno.
Esta modalidad de funcionamiento del régimen político comenzó a verse amenazada cuando algunos grupos de la oligarquía quedaron desplazados de las posiciones de poder. Una alianza heterogénea cuestionó en 1890 la legitimidad de este sistema de gobierno y la consigna de elecciones limpias abrió un nuevo panorama político.
Con Miguel Juárez Celman se acentúan los peores rasgos del régimen oligárquico. El presidente se comportaba como un monarca despótico. Era sectario y excluyente, aun en el marco de la alianza dominante que lo sostenía. Promovió, por ejemplo, dos intervenciones –injustas y escandalosas- a las provincias de Tucumán y Mendoza, sustituyendo sus autoridades por otras que le eran totalmente adictas. En lo económico adoptó un liberalismo incondicional y principista que lo llevó a enajenar ferrocarriles nacionales, a vender las obras de salubridad de la ciudad y a conceder a los bancos particulares la facultad de emitir billetes.
La inmigración fue una de las características sobresalientes de esta etapa y sus efectos fueron tan decisivos que José Luis Romero denominó a estos años de la historia argentina como “la era aluvial”. En su texto Las ideas políticas en la Argentina sostenía que: “ya hacia 1880 se advierte que el país ha sufrido una profunda mutación: es entonces cuando la era aluvial se inicia (...). El primer signo de esta era que se inicia es, en el campo político - social, un nuevo divorcio entre las masas y las minorías. Las masas han cambiado su estructura y su fisonomía y, por reflejo, las minorías han cambiado de significación y de actitud frente a ella y frente a los problemas del país” .
La crónica escasez de mano de obra en la Argentina se complementaba con la expulsión de trabajadores que se produjo en el continente europeo.
Pero la distribución de la población inmigrante en nuestro país no fue homogénea. El asentamiento de europeos en zonas rurales fue limitado debido a las dificultades que encontraron para acceder a la propiedad de la tierra. Salvo algunas experiencias de proyectos colonizadores, predominó la gran propiedad en manos de los latifundistas.
Las grandes ciudades ofrecieron oportunidades laborales y los inmigrantes se instalaron en ellas y contribuyeron a transformarlas cuantitativa y cualitativamente. El proceso de modernización del país produjo en este sentido nuevos desafíos. Frente a la imagen que la élite intelectual y política del país había armado sobre el inmigrante, se impuso la realidad: los inmigrantes eran trabajadores que traían consigo sus experiencias políticas, laborales y sindicales. De modo tal que la cuestión social comenzó a aflorar en la medida en que los trabajadores compartían ideologías contestatarias y se organizaban sindicalmente.
Por otra parte el fenómeno inmigratorio había modificado la sociedad previa. Para el sector dirigente se tornaba imperioso naturalizar a los extranjeros y contribuir a la formación de una identidad compartida. Era el tiempo de construir la nacionalidad.
La economía mundial seguía los dictados que imponía la industrialización. El sistema capitalista mundial se expandía y las economías de las regiones periféricas ensayaban modalidades de inserción en el circuito económico liderado por los países industrializados. La economía argentina demostró ser muy dinámica en la medida que fue adaptando su producción a las cambiantes demandas del mercado internacional. Sobre la base de una estructura productiva desarrollada en las décadas anteriores, nuestro país intensificó desde 1880 sus lazos comerciales con Europa a partir de la exportación de productos agropecuarios (carnes y cereales).
El crecimiento económico experimentado por la economía durante el período fue verdaderamente extraordinario al amparo de las ventajas que ofrecía la fertilidad de la tierra en la pampa húmeda. Así se consolidó una estructura económica conocida como modelo agroexportador que implicó profundos cambios políticos y sociales.
Pero la revolución de 1890 puso en evidencia el malestar de distintos sectores políticos frente a la modalidad que había adquirido el régimen bajo la hegemonía del Partido Autonomista Nacional. Los sucesos que determinaron la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman abrían un nuevo panorama. En esa coyuntura surgió la Unión Cívica, una articulación de grupos heterogéneos que se habían unido reaccionando frente a las prácticas políticas ilegítimas y corruptas del orden conservador.
En 1891 se produjo una división, que dio origen a la Unión Cívica Radical. Se conformó como partido político y declaró la abstención en los comicios como protesta ante el fraude electoral. Desde su surgimiento hasta el ascenso al poder en 1916, el radicalismo se fue fortaleciendo cada vez más y protagonizó una decidida oposición al régimen.
Las transformaciones sociales y económicas habían contribuido a la formación de un movimiento obrero de ideologías diversas. Dentro de este movimiento obrero convivieron orientaciones tales como el anarquismo, el socialismo y el sindicalismo revolucionario. Los trabajadores crearon sus propias organizaciones e hicieron conocer sus reclamos. La conflictividad social se puso de manifiesto y produjo reacciones en los sectores dominantes de la sociedad. Algunos miembros de la clase gobernante advirtieron los cambios que se habían producido y consideraron necesario ampliar el sistema político.
La sanción de la Ley 8.871 en 1912 –más conocida como Ley Sáenz Peña- marcó un giro en la historia política de nuestro país: el voto de carácter universal, secreto y obligatorio puso fin al orden conservador y permitió en 1916 el ascenso de Hipólito Yrigoyen a la presidencia.

Antecedentes


La política económica de Miguel Juárez Celman (desde el 12 de octubre de 1886) se construyó sobre la perspectiva de la prosperidad por tiempo indefinido. Así fue como surgieron en el país gran cantidad de bancos y empresas comerciales sin capitales efectivos, emprendiendo audaces operaciones que no rindieron las ganancias esperadas.
La más importante manifestación de la crisis fue la vertiginosa desvalorización del papel moneda.
Los títulos de la deuda pública bajaron de manera alarmante y en la bolsa se desplomaron los valores mejor garantizados. En el comercio exterior, los saldos resultaron negativos, lo que llevó al gobierno a lanzar emisiones clandestinas de papel moneda.
Se paralizaron construcciones de importancia, se produjeron quiebras e insolvencias. Los depositantes retiraban sus ahorros, el capital bancario se contraía y el crédito se restringía de más en más, ahondando la crisis. El saldo de la balanza de pagos era desfavorable.
El desastre financiero trajo graves consecuencias sociales: encarecimiento de la vida, desocupación, numerosas huelgas y descreimiento generalizado.
Mientras tanto, en el plano político, Juárez Celman quiso sacudir la influencia de su antecesor en el gobierno, el General Roca. Así fue como fundó un gran partido nacional al que adhirieron los gobernadores provinciales reconociéndolo como jefe único.
A diferencia de Roca y del resto de sus antecesores, Juárez fue muy poco cuidadoso de los dineros públicos. El lujo y la ostentación, la adulación de la que se rodeaba, chocaban con los usos y las tradiciones políticas del país.
La falta absoluta de garantías electorales indujo a las fuerzas dispersas de la oposición a no presentar batalla. Se abstuvieron de concurrir a los comicios y las cámaras fueron oficialistas de manera casi absoluta.
Esta profunda crisis provocó la reacción del sentimiento público. Promediando el año 1889, surgió un movimiento opositor al régimen imperante denominado Unión Cívica de la Juventud, integrado entre otros, por Mariano Demaría, Aristóbulo del Valle, Pedro Goyena, Juan J. Romero, Vicente Fidel López, Francisco Barroetaveña, Bernardo de Irigoyen, pero su principal dirigente fue el doctor Leandro N. Alem.
Perseguía fines eminentemente políticos: libertad de sufragio, autonomías provinciales, libertades públicas y pureza de la moral administrativa. 
El 20 de agosto de 1889, un grupo de jóvenes adictos a la figura del primer mandatario, realiza un banquete en su apoyo. Ese mismo día el diario La Nación publica el artículo “¡Tu quoque juventus! (¡Tú también juventud!), de Francisco Barroetaveña. El banquete de los “incondicionales” genera la reacción de otros jóvenes, opositores, que realizan un acto como respuesta. En el Jardín Florida están todos los sectores desplazados del régimen, los mitristas, los viejos autonomistas, los católicos, etc.
Una nueva generación sale al ruedo y su primer gesto es rescatar del ostracismo político a importantes figuras. Pero hay un hombre que por su trayectoria de austeridad, desinterés y valor cívico se convertirá en símbolo.
En el ambiente fervoroso del mitin se proclamó la constitución de la Unión Cívica de la Juventud y se aclamó a Aristóbulo del Valle, a José Manuel Estrada, a Vicente Fidel López. Pero Leandro N. Alem, sin duda, fue el héroe de la jornada.
En menos de un mes la Unión Cívica (ya sin el aditamento “de la juventud”) constituyó núcleos en todas las parroquias de la Capital y en muchas ciudades y pueblos de la provincia de Buenos Aires. Los comités estaban presididos por Alem y Mitre.
El 13 de abril de 1890, se realiza en el Frontón Buenos Aires un acto de proporcione inéditas. Primero habla Mitre. Después Barroetaveña presenta al presidente de la Junta Educativa de la Unión Cívica y Alem toma la palabra en medio de una cerrada aclamación. Dice:
“- Se me ha nombrado presidente de la Unión Cívica, podéis estar seguro de que no he de omitir fatigas ni esfuerzos ni responsabilidades de ningún género para responder a la patriótica misión que se me ha confiado. (...).
Una vibración profunda conmueve todas mis fibras patrióticas al contemplar la resurrección del espíritu cívico en la heroica ciudad de Buenos Aires (...).”[1]
Luego señala que la vida política de un pueblo es lo que marca su condición, su nivel moral y el temple de su carácter. Sostiene la necesidad del pluralismo porque entiende que las luchas activas, el roce de opiniones, el disentimiento perpetuo engendran buenas instituciones.
Finaliza su discurso diciendo: “- Hoy, ya todo cambia; éste es un augurio de que vamos a reconquistar nuestras libertades (...)”[2].
Todo Alem está en el discurso del Frontón. Su personalidad, sus ideales. Luego hablarán Del Valle y tres hombres del catolicismo: Estrada, Goyena y Navarro Viola, pero esto es anecdótico.
La demostración del Frontón había sido impresionante por su número. Cuatro días después Alem se entrevistó con un grupo de oficiales en actividad y éstos ofrecieron su concurso para una revolución, ya que, entre las Fuerzas Armadas también había cundido el deseo de mejorar la situación del país.
Así, algunos de sus miembros, reunidos con integrantes de la Unión Cívica, consideraron que la única opción era la salida revolucionaria.
Con el objetivo de efectuar el planeamiento y la ejecución de la revolución, así, la Junta Ejecutiva de la Unión Cívica presidida por Leandro N. Alem se amplió y comenzó a conspirar. Fue designado jefe militar el General Manuel J. Campos. Éste era un hombre de limitadas dotes estratégicas. Alem sostiene la necesidad de la preponderancia civil en la conducción del movimiento.
Bartolomé Mitre, si bien era opositor al gobierno, viajó a Europa para no verse involucrado en el movimiento.

Desarrollo
"El Dr. Don Leandro Alem, que ha sido el iniciador, no le ha faltado valor en la esfera del deber; la Unión Cívica también, que era quien le acompañaba en cuyo esfuerzo confiaba, como en todos los porteños que han sabido con empeño, defender su patria hollada[3]"


El día fijado es el 21 de julio, el Parque de Artillería el lugar. El 18 el Presidente y Roca reciben información de algunos militares. Se ordena la detención del general Campos y se suspende la ejecución del plan. Campos tiene una misteriosa entrevista de aproximadamente una hora con Roca y poco después le comunica a la Junta revolucionaria que saldrá al frente del regimiento donde está detenido. La nueva fecha: 26 de julio. La consigna: “Patria o Muerte”. El manifiesto revolucionario comienza a circular por la ciudad: “no derrocamos al gobierno para derrocar hombres y sustituirlos en el mando: lo derrocamos porque no existe en su forma constitucional; lo derrocamos para devolverlo al pueblo, a fin de que el pueblo reconstituya la base de la dignidad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la República (...).[4]”, firmaban Alem, Del Valle, etc.
La primera parte del plan consistía en dejar sin armas al gobierno, para lo cual se establecía como lugar de concentración el Parque de Artillería. La segunda parte consistía en avanzar sobre los distintos objetivos estratégicos de la ciudad. Alem sería el presidente provisional y lo acompañarían como ministros Juan E. Torrent, Bonifacio Lastra, Juan José Romero, Pedro Goyena y Joaquín Viejobueno. Mariano Demaría sería el vice e Hipólito Yrigoyen el jefe de policía. Todos se habían comprometido a convocar a elecciones y a no figurar como candidatos.
El 26 de julio se cumplió satisfactoriamente la primera parte del plan. Pero la orden de avanzar sobre la Casa de Gobierno y la Aduana nunca llegó. Le general Campos se negó a impartirla. Al poco tiempo, los alrededores del Parque son cercados. Campos insiste en la conveniencia de seguir ocupando una posición defensiva. Para el 28 de julio los enfrentamientos se reducen al interior del Parque. El 29 los revolucionarios capitulan, Alem es uno de los últimos en salir.
La revolución había sido sofocada, pero, como dijo el senador Manuel D. Pizarro, el gobierno estaba muerto. El 4 de agosto el presidente Juárez Celman renunciaba ante la asamblea legislativa. Asumía el vicepresidente, Carlos Pellegrini, hombre del Zorro[5]. 





La Revolución en números


Militares

·         Artillería: 10 oficiales y 150 soldados.

·         Infantería: 6 oficiales y 200 soldados del Regimiento 5, 7 oficiales y 130 soldados del Regimiento 1.

·         Batallón de Ingenieros: 4 oficiales y 200 soldados.

·         Cadetes "Antiguos" del Colegio Militar.

·         Escuela de Cabos y Sargentos.

Navales


La revolución contó con los siguientes buques:

·         Ariete torpedero "Maipú"

·         Acorazado "El Plata"

·         Cañonera "Paraná"

·         Crucero "Patagonia"

·         Carguero "Villarino"

·         Varias torpederas

Su objetivo sería bombardear las posiciones de las fuerzas gubernistas.

Civiles


Estaban constituidas por cívicos, con los que se trató de organizar dos batallones.

Fuerzas gubernamentales


·         Batallones 2, 6, 8 y parte del 4.

·         Los Regimientos 6 (Retiro) y 9 de Caballería.

·         Los Bomberos (460 hombres) y los Vigilantes (3.076 plazas).

·         Los Batallones 2 y 8 y el 6 de Caballería habían llegado del interior en los últimos días.

El plan revolucionario


Detener, a primera hora del 26 de julio, a los doctores Juárez Celman y Pellegrini y a los Generales Roca y Levalle.
Concentrar todas las fuerzas comprometidas en la plaza del Parque de Artillería (actual Plaza Lavalle).
Allí se constituirían dos agrupaciones, una para atacar el Departamento de Policía y otra a las unidades leales al gobierno.
Obtenido el éxito en la capital, se destacarían fuerzas revolucionarias a Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, si estas provincias no aceptaban la nueva situación.










La Revolución en detalle



26 de julio: Las fuerzas armadas comprometidas y los cívicos revolucionarios se concentraron en la plaza del Parque, limitándose a tomar una actitud defensiva en lugar de ejecutar el plan previsto.
En muchos puntos de la ciudad, grupos armados ocuparon las azoteas, principalmente en las esquinas, formando cantones para hostilizar a los gubernistas.
Juárez Celman decidió trasladarse a Rosario, pero al llegar a Campana desistió de su proyecto y volvió a la capital.
Las fuerzas del gobierno, a órdenes del ministro de Guerra, General Levalle, atacaron a los revolucionarios parapetados en el Parque.

27 de julio: El ataque se reanudó en la madrugada, sin que se realizaran mayores progresos hasta las 10 horas, en que cesó el combate, debido a un armisticio solicitado por los revolucionarios para atender a los heridos, aunque la verdadera causa fue la escasez de municiones.
A las 11 horas, los buques sublevados de la Armada realizaron un corto bombardeo sobre la Casa de Gobierno y el Retiro, sin resultados.
La acción de la escuadra no resultó eficaz debido a que el General Campos no dio la orden de atacar en el momento oportuno, ya que estaba empeñado en concertar un acuerdo con Pellegrini y Roca.

28 de julio: Una junta de guerra integrada por miembros de la Unión Cívica y la mayoría de la oficialidad consideró que ya no era posible continuar la resistencia. Cuando se tuvo la evidencia de que el gobierno de la provincia de Buenos Aires apoyaba a Juárez Celman, dicha junta se decidió definitivamente por la capitulación.

29 de julio: Se llegó a un acuerdo entre las partes en oposición. Los jefes de las unidades sublevadas entregaron sus armas en el Parque y la escuadra puso proa a La Plata, donde desembarcaron los 35 oficiales revolucionarios y su tripulación.
Hubo amplias garantías para la vida y la libertad de los comprometidos y se obtuvo una ley de amnistía.


Consecuencias de la Revolución



Resulta evidente que el general Campos y el mitrismo jugaron a dos puntas. Pretendían obtener la renuncia del Presidente, pero también evitar que se impusiera el sector encabezado por el intransigente Alem. Mientras los cívicos pusieron todo para derrotar al régimen, otros mostraron un compromiso moderado.
Los cívicos fueron de algún modo utilizados por Mitre y Roca. El primero pretendía recuperar la presencia política que había perdido, utilizando la revolución como un arma de negociación. El segundo quería deshacerse de su concuñado que intentó desplazarlo en el manejo de “su” maquinaria política y asegurar la presencia de Carlos Pellegrini, un incondicional, al frente del ejecutivo.
Alem se equivocó al aceptar al general Campos (hombre que apostaba a una solución nacional encabezada por Mitre) como jefe militar del movimiento. La misma división de la conducción civil y militar era un error. Alem nunca denunció la intriga. Sí lo hizo Juárez Celman después de renunciar: “he sido víctima de la conjuración más cínica y ruin de que haya memoria en los anales de la miseria humana, cuyo protagonista era el hombre a quien había profesado una vieja y leal amistad y con quien me ligaban otros vínculos que no ha sabido respetar. Ni yo ni mi familia mantendremos relaciones de ningún género con Roca (...).[6]
En enero de 1891 la convención de la Unión Cívica reunida en Rosario proclama la fórmula Bartolomé Mitre – Bernardo de Irigoyen. Alem y Del Valle la apoyan.
Hipólito Yrigoyen se opone y suma otra disidencia con el tío. En las elecciones legislativas de marzo triunfa la Unión Cívica, Alem y Del Valle son nombrados senadores. Tres días después Mitre regresa de Europa y es recibido por una multitud. Julio A. Roca, ahora ministro del Interior de Pellegrini, va a recibirlo al puerto. Se abrazan. Comenzaba a concretarse el acuerdo. El Partido Autonomista Nacional se adhiere a la candidatura de Mitre, pero opone a José Evaristo Uriburu como vicepresidente. Alem se opone rotundamente, al igual que Lisandro de la Torre, Barroetaveña, Hipólito Yrigoyen. Pero esta vez su viejo amigo Aristóbulo del Valle no está con él.
La Revolución del Parque, más allá de su desenlace, mostraba el nacimiento de un  oposición fuerte y decidida. El régimen intentó evitar su consolidación y su desarrollo, co optando e integrando (mediante el ofrecimiento de cargos públicos y promesas y variadas) a los derrotados. Los sectores católicos y el mitrismo aceptan la integración. Mitre y Roca celebran el “patriótico acuerdo” buscando evitar una contienda electoral. El acuerdo revitaliza al régimen oligárquico, que se prolongará por veinte años más. Un sector integrado por los jóvenes y los sectores populares rechaza el acuerdo, no “transan” con el régimen. El grupo es liderado por Leandro N. Alem. La Unión Cívica se divide: los “acuerdistas” forman la Unión Cívica Nacional; los que rechazan el acuerdo fundan en 1891 la Unión Cívica Radical.      
La adhesión popular que adquirió esta nueva fuerza llevó a que uno de sus líderes, Hipólito Yrigoyen, cubriese con su figura muchos años de la vida política del país.-




TESTAMENTO POLÍTICO DE LEANDRO N. ALEM
1 DE JULIO DE 1896

He terminado mi carrera, he concluido mi misión…Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí! Que se rompa pero que no se doble.
He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos, pero mis fuerzas -tal vez gastadas ya- , han sido incapaces para detener la montaña…y la montaña me aplastó…!
He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir a un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado…y para vivir inútil, estéril y deprimido es preferible morir!
Entrego decorosa y dignamente lo que me queda, mi última sangre, el resto de mi vida!
Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas, y los propósitos de mi acción y de mi lucha -en general- , en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto será una desgracia que yo no podré ya sentir ni remediar.
Ahí está mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo que me dicta estas palabras ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y reflexionado mucho, en un solemne recogimiento.
Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente.
En estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción, en bien de la patria.
Esta es mi idea, éste es mi sentimiento, ésta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie; yo mismo he dado el primer impulso, y sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales.
¡Adelante los que quedan!
¡Ah! Cuánto bien ha podido hacer este partido si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores…¡No importa! Todavía puede hacerse mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra. ¡Deben consumarla!.









Bibliografía



·         ALFONSÍN, Raúl Ricardo: ¿Qué es el radicalismo?. Buenos Aires, Sudamericana, 1983.
·         BALESTRA, Juan: El Noventa. Una evolución política argentina. Buenos Aires, La Facultad, 1959.
·         BOTANA, Natalio: El orden conservador. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
·         DEL PINO MONTES DE OCA, Oscar: La Revolución de 1890. Buenos Aires, La República, 1956.
·         DÍAZ MELIÁN, Mafalda Victoria: La Revolución de 1890 en las fuentes españolas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1978. 
·         GÁLVEZ, Manuel: Vida de Hipólito Yrigoyen. Buenos Aires, Club de Lectores, 1976.
·         HERZ, Enrique Germán: La Revolución del ’90. Buenos Aires, Emecé, 1991.
·         LEBEDINSKY, Mauricio: La Década del ’80. Buenos Aires, Siglo XX, 1967.
·         LUNA, Félix: La época de Roca. Buenos Aires, Planeta, 1998.
·         --------------: Leandro N. Alem. Buenos Aires, Planeta, 1999.
·         ROCK, David: El radicalismo argentino, 1890-1930. Buenos Aires, Amorrortu, 1977.
·         ROMERO, José Luis: Las ideas políticas en la Argentina. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1987.
·         www.ucr.org.ar
·         www.ejercito.mil.ar



[3] Félix Hidalgo, payador de la Revolución del ’90.
[5] Mote por el que se conocía a J. A. Roca.
[6] DEL PINO MONTES DE OCA, O.: La Revolución de 1890. P. 149.