Algunas consideraciones reflexivas




"Seguramente que entre la música y el color no hay nada más en común que el hecho de que ambos siguen el mismo camino. Siete notas con ligeras modificaciones son suficientes para crear sabe Dios qué universo. ¿Debería ser diferente en las artes plásticas?".
Henri Matisse



6 de marzo de 2019

De Claudia Lorena Ferreira


EL HOMBRE Y LA ESENCIA DEL ESPECTÁCULO

"Ningún ser viviente se ha privado del ejercicio de hacer teatro:  el mimetismo,  en el caso del animal y de la planta,  y el juego,  en el animal y el ser humano,  significan ya hacer teatro."[1]

                        ¿Por qué nos sentimos atraídos hacia lo “teatral”?  ¿Por qué esa necesidad de convertirnos en espectadores de constantes "espectáculos" diarios?  Desde cualquier situación bochornosa o curiosa que transcurre en la calle hasta un programa televisivo:  El espectáculo,  no es sólo una demostración que se encuentra "armada de antemano",  sino que está impreso en cada uno de nosotros de manera inconsciente,  formando parte de nuestras vidas desde que tenemos uso de razón.  ¿Cuántas veces pretendemos ser de una manera que realmente no somos ocultando nuestro verdadero yo a los demás?  Es tan común,  escuchar aquello de: “Yo también estoy mal,  pero los demás no tienen porque enterarse”.  Lo teatral convive con nosotros de una manera tan habitual,  que ni siquiera nos percatamos de ello. 

                        Todo lo que comprende una representación escénica,  nos atrapa,  nos subyuga de manera inexplicable.  Cada persona asiste a alguna de sus formas:  el teatro,  la ópera,  el cine,  e incluso la televisión,  que en este sentido es el medio de más fácil acceso.  Con su variedad en la programación,  ofrece un panorama de las preferencias de la sociedad.[2]. 

                        Tomando al teatro como base de todo espectáculo.  Samuel Selden[3],  ya en 1941,  se cuestionaba el por qué de la asistencia del público al teatro,  y a partir de una encuesta realizada en tres teatros,  arribó a las siguientes conclusiones:  En primer lugar,  la gente asiste al teatro para divertirse,  intentando olvidar por un momento lo vivido en el día:  evadiendo la realidad se despeja la mente y se recarga energías.  En segundo lugar,  busca un estímulo,  todas las personas necesitan experimentar con las emociones,  reír y llorar,  intensificar afectos y esperanzas,  revivificar sentimientos que normalmente se encuentran adormecidos por la frustración o la rutina.  El tercer elemento lo constituye la necesidad de esclarecimiento:  algunos necesitan reflexionar o reinterpretar diversas situaciones,  a partir de comentarios,  obras,  medios humorísticos...

                        Así es como el deseo de diversión,  de estímulo y de esclarecimiento,  se concretan en el teatro.  Y a pesar de que Selden formula esta resolución en orden al teatro,  se pueden trasladar los mismos parámetros para las otras variantes del espectáculo que ya he enumerado.  Se llega a estos tres fines porque la asistencia al teatro implica la compenetración del público con los actores y la creencia e identificación en sus personajes.  Son éstos quienes contribuyen a crear la ficción.  Y quizás,  sea por ello que en el siglo XX los artistas llegaron a ser deificados.  De esta manera,  por lo menos con respecto al cine,  lo presenta Edgar Morin en un trabajo sobre las estrellas de cine,  donde afirma que:

“Transmutadas en heroínas,  divinizadas,  las estrellas son algo más que objetos de admiración.  Son también sujetos de culto. A su alrededor se constituye un embrión de religión."[4]

                        De la misma manera en que este fenómeno se manifiesta en Estados Unidos, en Argentina ocurre un hecho similar con los actores de televisión.  No por nada George Bernard Shaw afirma: “El salvaje adora ídolos de madera y piedra,  el hombre civilizado,  ídolos de carne y sangre”.  Gracias a ellos,  curiosamente,  hoy el espectáculo vuelve a convertirse en culto.

                        Para comprender el fenómeno de la identificación del público con el personaje,  primeramente debemos considerar que de la misma manera en que cotidianamente nos enfrentamos a nuestros problemas,  el actor compone el personaje desarrollando los conflictos que éste posee (consigo mismo,  con el entorno y con los demás personajes).  Selden dedica un capítulo de su libro a la reacción del público,  y explica que todo individuo está compuesto por un hombre exterior y un hombre interior.  El primero está formado por todos los aspectos que pueden ser percibidos por los demás,  como la apariencia externa,  sus acciones,  la emisión vocal.  El segundo está conformado por la mente y todas las actividades internas que regulan el bienestar biológico.  Toda persona manifiesta a través de una expresión orgánica lo que siente:  ante el enojo y el miedo,  se palidece;  el placer produce afluencia de sangre a la piel del rostro.  (Sin embargo,  el hombre externo de hoy,  oculta a su hombre interno).  Según esto último,  podemos afirmar acorde a lo expresado por Alexis Carrel,  que  “El hombre piensa,  inventa,  ama,  sufre,  admira y ora con su cerebro y todos sus órganos”.[5]  Por ello,  concluye que:

“Desde el punto de vista del teatro,  el hombre externo es en términos generales el hombre del movimiento,  mientras que el hombre interior es el hombre del pensamiento y del sentimiento.  Tanto el actor como el espectador están divididos de este modo.  La sustancia básica que ha de comunicarse desde el escenario al público es un sentimiento reflexivo.  Por esta razón,  el propósito del actor,  que a su vez es influido por el dramaturgo,  consiste en extender de algún modo su propio hombre interior más allá de las candilejas y afectar al hombre interior del espectador”.[6]

                        La catarsis de la que habla Aristóteles se manifiesta de la manera más perfecta en el género dramático,  como un purgante que permite volver a regenerar la salud orgánica.  Tal vez,  esto es lo que nos lleva a adorar las representaciones,  y hace que creamos,  suframos o riamos con ellas.  En ésto radica nuestra necesidad de asistir a cualquier representación:  en la posibilidad que nos ofrece de observarnos a nosotros mismos.  Así como el actor de teatro continúa con la obra (show),  el hombre (actor) debe continuar con su papel en el gran teatro de la vida.


Claudia L. Ferreira


[1]  PIGNARRE,  R.: Historia del Teatro,  trad. de la edición francesa de 1959 por Francisco Javier,  5 ed.,  Buenos Aires,  Eudeba,  1993
[2]  Podríamos observar el cambio en los intereses de la sociedad,  por ejemplo,  en la profusión de novelas que años atrás se televisaban en horario de la tarde,  y que hoy son suplantadas por abundantes programas de chimentos.  Al parecer,  ya no alcanza con vivir dramas artificiales,  se necesita que aquellos que son artistas y sobre todo,  que aquellos que se autodenominan como tales,  expongan su vida privada como parte del espectáculo.  Por otro lado,  destacan los "reality show" como una manera de introducir al espectador más vívidamente en una estructura escénica.  Nos encontramos ante una involución cultural:  este público en lugar de exigir mejores programaciones,  se sujeta en forma creciente a la televisión basura.
[3]  SELDEN,  S.:  La Escena en acción,  p. 12.
[4]  MORIN,  Edgar:  Las Estrellas de Cine,  Buenos Aires,  2ed., Eudeba, 1966,  p. 83.
[5]SELDEN,  S.:  op. cit.,  p. 218.
[6]Ibidem:  pp. 219-220.

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