Algunas consideraciones reflexivas




"Seguramente que entre la música y el color no hay nada más en común que el hecho de que ambos siguen el mismo camino. Siete notas con ligeras modificaciones son suficientes para crear sabe Dios qué universo. ¿Debería ser diferente en las artes plásticas?".
Henri Matisse



6 de marzo de 2019

Miércoles de Ceniza

El Carnaval: Una Fiesta del Pueblo en Libertad

Numerosas razones sociológicas, religiosas, históricas definen
y encumbran el Carnaval como la Fiesta de las Fiestas


Hace tiempo que sabemos que el hombre es un animal, pero no ha sido hasta los últimos hallazgos entorno al genoma ese, que nos hemos dado cuenta de que el margen de diferencia con nuestro primo el gusano o nuestro hermano el mono es infinitamente menor de lo que se creía. La principal las diferencias del hombre con los demás bichos es que este es un animal que se ríe, pero no como las hienas -que alguno podría decir-, sino más bien, que hace fiesta. Y también, y principalmente durante ellas, es el único capaz de salirse de su propio centro, de abandonar su rutina diaria para celebrar esta actividad, para burlarse de sí mismo, para ser otro, para mofarse de la realidad.

Los orígenes del Carnaval se pierden en el génesis de la humanidad y tiene éste un doble origen religioso y laico, del pueblo llano, casi pagano. No existirían sin Dios o dioses, pero desde luego que tampoco existirían sin tribu, sin familia, sin comunidad, sin pueblo.

Hay muy variadas razones sociológicas, religiosas, históricas definen y encumbran el Carnaval como la Fiesta de las Fiestas, pero tal vez la primera la encontramos en la propia fecha: nos encontramos en el momento en que se deja atrás el crudo invierno y comienza a presentirse la primavera, esa que altera la sangre, y da alegría al cuerpo, del mismo modo que altera el paisaje y llena los campos de flores.

A la fiesta del carnaval se le atribuyen diversas paternidades porque, por encima de todo e incluso antes que la tradición cristiana los situase como prólogo de la Cuaresma, los Carnavales se identifican también con esas fiestas dionisíacas de los antiguos griegos (la orgía, el disfraz, el descaro, la libertad...), o las fiestas en honor a Saturno de los romanos. Durante estas últimas, se daba libertad a los esclavos y se elegía entre las clases inferiores al rey de los bufones. Se invertían los conceptos: el amo se disfrazaba de esclavo, el hombre de mujer, el libertino de puritano, el viejo de niño. Así, y a través del disfraz, tomaba su carácter subversivo la fiesta.
En efecto, el carnaval es una fiesta subversiva. De ahí que la historia de los carnavales sea una historia interrumpida por continuas prohibiciones. Cuando la austeridad del cristianismo se adueñó del Imperio Romano, la primera tarea fue la de prohibir las fiestas paganas, o en su defecto, santificarlas. Y la liturgia cristiana instaló la Cuaresma, los cuarenta días previos a la conmemoración de la Crucifixión, el tiempo de ayuno y abstinencia durante el cuál la carne estaba prohibida.

Pero si la Cuaresma era el tiempo de la austeridad, del ayuno, de la abstinencia, de ese terrible miércoles de ceniza, en la que la liturgia nos recuerda que somos ceniza y en ceniza nos convertiremos, y ante la cercanía de la tragedia, el pueblo reaccionó con el frenesí liberador de la fiesta.

Y aquí es donde encontramos uno de los matices más interesantes y diferenciadores de los Carnavales como fiesta: su componente de anticipación. En contraposición a todas las fiestas restantes que son retrospectivas (el fin de la vendimia, la alegría de una buena cosecha, la conmemoración de una victoria...), el Carnaval es una fiesta previa a lo que viene después. El carnaval se fue enraizando en nuestra cultura como una venganza ante la Cuaresma que viene, es el "que me quiten lo bailado".


Esta fiesta renació durante la Edad Media, al tiempo que se afirmaba la dureza cuaresmal (ayuno y abstinencia) .Alcanzó después su máximo valor artístico en Venecia y en los bailes de máscaras (como el de la ópera de París a partir de 1715).Ahora tiene su máxima expresión en Río de Janeiro, Nueva Orléans y Tenerife.
Los verdaderos orígenes del Carnaval están sin duda en las fiestas que por primera vez celebraban los pueblos paganos con acompañamiento de música, cantos y danzas y que no pocas veces revestían carácter licencioso; así las fiestas egipcias de Apis e Isis, las griegas de Baco, las romanas de Saturno, etc...
El medievo contempló el resurgir de estos bulliciosos festejos, muy particularmente en las ciudades italianas; en Roma, la llegada del carnaval era anunciada por jóvenes disfrazados de monjes que recorrían vociferando las calles. En éstas y en los bailes aparecían en los días siguientes figuras de mil guisas y fachas a cual más dispar; se celebraban carreras de caballos sin jinete, baile de máscaras, deportes y otros festejos, que finalizaban a las 12 de la noche del martes de carnestolendas o martes de Carnaval. Tales amenidades se impusieron también París, cuyo carnaval no tardó en destacar sobre todos los demás.
Muchos historiadores y estudiosos de la fiesta han llegado a establecer la hipótesis de que las fiestas de carnaval derivan de algunas de las fiestas del mundo romano y tampoco faltan otros que las hacen aparecer como vestigios de otros ritos que aparecieron en tiempos prehistóricos, lo que no se puede admitir de ninguna manera ya que olvidan que las fiestas romanas tenían un fundamento mítico y religioso que poco a poco fueron perdiendo hasta quedar por completo vacías de ello, como un ritual que se repetía sin más fundamento que el meramente ritual, sobre todo por las capas más bajas de la sociedad tardorromana y medieval.
Algunas de las fiestas del mundo antiguo en que dominaban cultos a la naturaleza y era común el uso de máscaras, inversión de costumbres, ruptura de formas de convivencia social... fueron readaptadas por el mismo cristianismo, y otras iniciadas en ese momento, sobre todo loas que implicaban una parodia, y como tales acopladas en unos cuantos días, pretendidamente tres, en los que dominaba la inspiración demoníaca, que se celebraban principalmente en la calle y que habrían de servir como contrapunto eficaz a la prolongada etapa en que entraba la sociedad y cuyos ritos se habrían de celebrar en su integridad en el templo o casa de Dios.
Así nació el Carnaval, una fiesta que también fue conocida con el nombre de Carnestolendas, Antruejo,...y que comprendía un tiempo en que la locura y el disparate se adueñaban del mundo con enmascaramientos y disfraces, con inversiones sociales en el que el poderoso cedía su puesto al humilde, de palabras atrevidas y burlas descarnadas, de representaciones burlescas y satíricas,...
Durante siglos el Carnaval fue la fiesta en la que imperaba el desorden y el caos; en la que la carne, la gula y el sexo han reclamado sus derechos frente a las imposiciones estrictas del espíritu y de la moral cerrada; en la que la subversión ha reinado en nombre de la libertad que era perseguida el resto del año y todo ello se ha hecho como un juego, como una ficción. como un rito a largo plazo para que obrase como una espita por la que se escapaban las fuerzas y contradicciones manifiestas y secretas que anidaban en el interior del hombre .
Durante ese tiempo, que quedó fijado en los tres días previos a la Cuaresma, pero que en realidad no fue así ya que hasta en el mismo periodo de Navidad nunca dejaron de hacerse algunas fiestas llamadas de invierno, que deben de ser consideradas como auténticas carnavaladas, como las que sucedían en el día de los Inocentes cuando salía por las calles la figura del inocente, con un traje extraño y con un palo en el que había una vejiga hinchada, persiguiendo a los niños y a las mujeres mientras reclamaba una pequeña cantidad de dinero para la merienda de la fiesta, o se parodiaban los sermones del cura en la plaza cuando acababa la misa, o se nombraba un obispillo entre los monaguillos, o se hacía alcalde por un día a uno de los mozos que se pasaba todo el día con la vara de la autoridad en las calles ordenando disparates... Durante este tiempo las personas que ostentaban el poder político se retiraban del escenario social y dejaban paso libre al pueblo para que se manifestase con espontaneidad y también, por qué no decirlo, en su perversión más o menos ingenua.



Buenos Aires

Entre fines del siglo pasado y comienzos del presente, gran cantidad de inmigrantes llegaron a nuestro país buscando mejores condiciones de vida. Buenos Aires pasó de 180.000 habitantes en 1869 a 1.500.000 en 1914. Trabajadores provenientes de Europa, en especial de España e Italia, poblaron la ciudad con la esperanza de encontrar en este país posibilidades de ascenso social. Sin embargo, una buena parte de ellos se encontraron con una realidad muy distinta. El alto costo de los alquileres los obligó a vivir hacinados en conventillos. Actualmente en la zona sur perduran algunas de estas construcciones, otras fueron recicladas y se transformaron en viviendas particulares amplias.
Fue ese sueño loco el que movilizó la imaginación y la avaricia, el que dotó de coraje temerario a los conquistadores y los impulsó a superar todos los obstáculos, a afrontar todas los peligros y soportar todas las penurias para apoderarse, para hacer suyo, el "Nuevo Mundo" y todas sus imaginadas riquezas. Esa ambición sin límites motivó al ya entonces sifilítico don Pedro de Mendoza, un hidalgo de pocos escrúpulos (que, al decir del historiador Del Barco Centenera, durante el saqueo de Roma "en tiempo de pillar hinchó la mano"), a lanzarse a la aventura que lo llevó a fundar en estas costas, en la zona que hoy es nuestro San Telmo, a la Ciudad de Buenos Aires que tanto amamos.
Los orígenes del carnaval son remotos, de procedencia griega o romana. En su inicio tenía carácter religioso, en homenaje al dios Dionisio o Baco, el dios de las pasiones primordiales, de la celebración de los sentidos. Por eso asume las formas de la fiesta, de la alegría y del desenfreno en que todo lo razonable y ordenado cede paso a la espontaneidad, el desorden y los y los excesos.
En otras épocas los negros eran un componente sustancial de la ciudad y, especialmente, de su zona sur, la de los actuales San Telmo y Montserrat. Recuerdo de eso es la evocación, para las fiestas patrias, de las "negras mazamorreras" o las vendedoras de churros y empanadas, para "generar el clima" de las fechas en que elegimos ser libres.
Estos son tiempos duros, problemáticos. Trabajar, luchar por la subsistencia, cuesta mucho y nada parece garantizado. A estas dificultades se suma la moda de un discurso pasatista que nos amarga la vida (más todavía, si cabe), con denuncias tremendistas sobre los daños que acarrea el progreso. Si las tomáramos al pie de la letra debiéramos partir de la premisa de que casi cualquier progreso es sinónimo de contaminación, amenaza para la vida y destrucción del planeta. Parece como si el ayer hubiera sido idílico, perfecto y que, desde ese pasado "ideal" hasta ahora sólo se hubieran incorporado pérdidas y decadencia. 


Historia del Carnaval Bonaerense
Artículo publicado en la revista Circulo de la Historia, Nº 47, febrero 2000.
"Se acercan los días consagrados a esa brutal diversión. Legado de nuestros opresores." Así comenzaba "Un porteño", como dio en llamarse, una nota que publicara en un periódico de 1833. Como bien dice nuestro antepasado protestón, en los siglos pasados el carnaval se festejaba con una violencia increíble. Fue cambiando, poco a poco, a través de los años, influenciado por el también lento cambio cultural de nuestra sociedad. El carnaval fue legado por los españoles, con ellos llegaron a nuestras tierras estos festejos de antigua data en al continente europeo.
El carnaval que se festeja en América se ve originado como una fiesta cristiana, o por lo menos en un ámbito cristiano, ya que el carnaval son los tres días anteriores (sábado, domingo y lunes) al miércoles de ceniza, que es cuando comienza la Cuaresma. La Cuaresma es un período de ayuno observado por los cristianos como preparación para la Pascua. Por todo esto, los tres días de carnestolendas o carnaval, eran festejados a pleno, porque luego vendría un período de ayuno completo, o sea, de fiestas también.
Como bien dice una antropóloga "el carnaval aparece como un absurdo; encarna la sublimación del ocio. El sinsentido del hacer para despilfarrar." En esta fiesta, el disfraz propone la confusión de los lugares sociales y hasta la de los sexos, esclavos disfrazados de señores y al revés, humanos disfrazados de animales, hombres transformados en mujer, etc. Por esta suspensión de lo establecido se lo tildó muchas veces de subversivo. Pero es también un tiempo de sueño, se encarna el papel que se quiere ser, sólo por tres días.
Nuestro carnaval ha adquirido muchas formas a lo largo de sus cientos de años de vida, pero la costumbre que siempre reinó, y lo sigue haciendo, es la de arrojarse agua. El abuso de esta costumbre fue la causante de las distintas prohibiciones que se le impusieron a esta divertida fiesta. Nadie quedaba fuera del carnaval, todos se divertían en esos tres días en los cuales la ciudad parecía un campo de batalla; ricos, pobres, blancos, negros, desconocidos, conocidos, todos participaban. El mismo Domingo F. Sarmiento era un gran adepto al carnaval y no se molestaba en los mas mínimo si le arrojaban agua cuando era presidente.
Como se dijo, la costumbre de mojarse uno a otro en carnaval, la trajeron los españoles, a pesar que en España el carnaval cae en invierno. Ya desde el siglo XVIII los bonaerenses se mojaban los unos a los otros. En 1771 el Gobernador de Buenos Aires Juan José Vértiz implantó los bailes de carnaval en locales cerrados. Se oficializaban los bailes, a efectos de atenuar las inmorales manifestaciones callejeras de los negros, que habían sido prohibidas el año anterior. Por esa misma época, un grupo de gente descontenta con los bailes justo antes de la cuaresma, y según decían por los excesos que ocurrían en ellos, llevaron su descontento ante el mismísimo rey de España. El rey envió de inmediato dos órdenes a Vértiz, el 7 y 14 de enero de 1773, por las cuales prohibía los bailes y le encargaba que arreglase las escandalosas costumbres en que había caído la ciudad. Vértiz, no se quedó callado, le protesto al rey diciendo que como se bailaba en España, también se lo podía hacer en Buenos Aires. Pero el rey Carlos III promulgó una ley el 16 de diciembre de 1774, en la cual prohibía los bailes de carnaval, alegando que él nunca los había autorizado en las Indias. Como ustedes se imaginarán no se respetó la prohibición, tanto que los festejos degeneraron y ya en la época del virreinato, el virrey Cevallos se vio obligado a prohibir los festejos de carnaval. "...conviniendo remediar este desorden con el presente prohibo los dichos juegos de Carnestolendas...", decía el bando del virrey, y sigue "... ha tomado en pocos años a esta parte tal incremento en esta ciudad [...] en ellos se apura la grosería de echarse agua y afrecho (salvado), y aun muchas inmundicias, unos a otros, sin distinción de estados ni sexos...". Seguía diciendo que la gente, se metía en las casas y reventaban huevos por todos lados, hasta robaban y rompían los muebles.
Los excesos no disminuían, y si lo hacían era por poco tiempo. El 13 de febrero de 1795 el virrey Arredondo promulgó el bando acostumbrado prohibiendo "los juegos con agua, harina, huevos y otras cosas".
En los años siguientes a la Revolución de Mayo, se volvió muy común entre la población, en especial entre las mujeres, la costumbre de jugar en forma intensa con agua. Para ello utilizaban todo tipo de recipiente, desde el modesto jarro, hasta los huevos vaciados y rellenos de agua con olor a rosa, pasando por baldes, jeringas, etc. Los huevos eran vaciados y llenos con agua, pero no siempre con agua aromatizada, a veces solo se tiraban huevos podridos. Entre la gente acomodada se usaba, comprar los huevos de ñandú, rellenos de agua con olor a flores, como hoy se venden las bombitas, los huevos se vendían en las esquinas. Las azoteas de las casas se convertían en verdaderos campos de batalla acuáticos, y más de un transeúnte se ligó una fresca catarata de agua. La batalla por una azotea entre hombres y mujeres, todos jóvenes, era divertidísima y terminaba con la inmersión de los perdedores en una tina o bañadera.
Esta costumbre de mojarse sólo se utilizaba en la ciudad, no se había generalizado todavía en la campaña ni en las ciudades aledañas a la capital virreinal. En la campaña solían festejar de forma muy ruda, grupos de jinetes que chocaban entre si con mucha fuerza, quedando heridos.
Un escritor inglés dice para 1820: "Llegado el carnaval se pone en uso una desagradable costumbre: en vez de música, disfraces y bailes, la gente se divierte arrojándose baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa." Y sigue "Los diarios y la policía han tratado de reprimir estos excesos sin obtener éxito."
En las calles eran más encarnizadas las luchas con agua, ya que en ellas intervenían los esclavos, que mojaban a todo el mundo, se daban pequeñas venganzas, y más de uno no se la aguantaba pasando a las manos, que muchas veces terminaba con heridos o algún muerto. Por eso cada comienzo de carnaval se dictaban medidas preventivas, que nunca funcionaban porque los policías también jugaban al carnaval y los que estaban de servicio preferían alejarse de los lugares de lucha, para no ligarla ellos también.
El carnaval de 1827 fue mucho más tranquilo y los juegos con agua casi ni se vieron, las continuas quejas de años anteriores habían hecho efecto, aunque mas que nada se debió a la determinación de la policía de conservar el orden, algo que nuca había ocurrido. Pero esta moderación sólo duro dos años, ya en 1829 vuelve la violencia. Dice un periódico: "Hemos oído asegurar que no han faltado brazos ni piernas rotas, ojos sacados, pistoletazos, etc.". Esto porque otra vez los policías eran los primeros en jugar. Los juegos con agua siguieron, no siempre violentos.
En los tiempos de Juan Manuel de Rosas, el carnaval era esperado con mucho entusiasmo, en especial por la gente de color.
Para el carnaval de 1836 se permitieron las máscaras y comparsas, siempre y cuando gestionasen anticipadamente una autorización de la policía. Para esta época el carnaval estaba ya muy reglamentado para prevenir desmanes. Solo se permitía el juego en los tres días propiamente dichos de carnaval, y el horario era anunciado desde el Fuerte con tres cañonazos al comienzo, doce del mediodía, y otros tres para finalizar los juegos, al toque de oración (seis de la tarde). También se tiraban cohetes, para los cuales había que tener permiso de la policía.
Para los juegos en esta época, se movilizaban carros con tinas de agua, jarros, jeringas, huevos de ñandú, también se usaban vejigas llenas de aire, con las cuales se golpeaba a los transeúntes. Estos juegos generaban verdaderas batallas campales. Luego del cese de los juegos con agua, continuaban los festejos con reuniones particulares, que a veces terminaban a la madrugada.
Las costumbres del carnaval, en época de Rosas, fueron cayendo en excesos, llegando hasta el máximo desbordamiento. La gente se divertía muchísimo, no había ni clase ni estrato social que no jugara al agua en carnaval. Pero como en todo estaban los exagerados, que llegaban a las manos, y muchas veces ocurrían desgracias. También estaban los que no disfrutaban de estos juegos y no dejaban de quejarse por medio de revistas y periódicos. Muchos de estos últimos se iban de la ciudad por esos tres días de carnaval. Los excesos, ¿cuáles eran los excesos?, se preguntaran. Estaban los que aprovechaban para entrar en las casas y robar, los que se aprovechaban de las mujeres que jugaban al carnaval, manoceándolas, rompiendo sus ropas y hasta violándolas. También se catalogaban como excesos algunas costumbres que ahora son muy comunes en carnavales como los de Río de Janeiro o Gualeguaychú: "Las negras, muchas de ellas jóvenes y esbeltas, luciendo las desnudeces de sus carnes bien nutridas...", decía José M. Ramos Mejía de esa época.
Por esta época los festejos de carnaval se habían extendido a todas las ciudades del actual Gran Buenos Aires. Los juegos con agua predominaban, pero también había bailes. Estos eran muy importantes, comenzaron en domicilios particulares. A principios del siglo XX tomaron la posta los Clubes de Barrio.
Pero siguiendo con los "carnavales de Rosas", los grandes protagonistas y protegidos de Rosas, eran los morenos. Los negros se dividían en "naciones", y se juntaban en "tambos" a danzar al ritmo de sus candombes. El mismo Rosas concurría a los "huecos" donde los morenos festejaban. Por nombrar una, en 1838 acudió a la fiesta realizada por la "nación" "Congo Augunga", en la esquina de las actuales San Juan y Santiago del Estero, acompañado de su esposa Encarnación y su hija Manuelita.
Una costumbre en esta época era la llamada "día del entierro". Los vecinos de cada barrio colgaban en algún lugar un muñeco de paja, al que llamaban Judas, que luego era quemado, en medio de una fiesta general.
Pero no todo era diversión, los desmanes y las escenas "poco decorosas" aumentaron llegando a ser "repulsivas". Rosas decidió cortar por lo sano y prohibió todo festejo de carnaval el 22 de febrero de 1844. La prohibición se extendió también a todas las ciudades del actual Gran Buenos Aires.
Las celebraciones se reanudaron recién en 1854, con Rosas fuera del poder. Pero el carnaval volvió muy reglamentado, se realizaban bailes públicos en diversos lugares, previo permiso de la policía. Había mucha vigilancia policial para prevenir los desmanes de las décadas anteriores.
En los años siguientes comenzaron a predominar las comparsas. Todo reglamentado, las comparsas tenían que estar anotadas, así como sus miembros, en la policía; también las personas que usaban caretas tenían que pedir un permiso y llevarlo encima por si un policía lo requería.
El primer corso se efectuó en 1869, participando en él mascaras y comparsas. Fue muy festejado por el pueblo y la prensa. Al año siguiente, una disposición policial permitió el desfile de carruajes en los corsos. Al principio, los corsos se llevaban a cabo en las calles Rivadavia, Victoria y Florida, con el tiempo se extendieron a diversas calles y barrios. Eran muy alegres y vistosos, el lujo de los disfraces y adornos fue creciendo con cada nuevo carnaval. Cada corso contaba con una comisión organizadora, los familiares de los miembros e invitados especiales se ubicaban en los balcones de la casa que servía de sede, y frente a ésta se detenían las comparsas y mascaras para interpretar sus canciones y sus músicas.
Como es de esperarse, la costumbre de jugar con agua no había desaparecido, todavía sigue. Se utilizaban huevos y jeringas como antes, más la incorporación de los pomos.
Cobraron auge los "centros", sociedades organizadas especialmente para desfilar en los corsos. Predominaban los de los negros desfilando al son de sus candombes. A veces al enfrentarse dos comparsas de negros se iniciaban las "tapadas", un contrapunto de todos los instrumentos que no terminaba hasta dejar en claro la supremacía de una de las comparsas, podían durar varias horas. Más de una vez los vencidos apelaban a los golpes para expresar su descontento. Pero estos "centros" también estaban integrados por "gente de bien", el más conocido era la sociedad "Los Negros". Esta estaba integrada por jóvenes intelectuales de la alta sociedad. Vestían un uniforme militar húngaro. Las letras de sus canciones eran sobre la relación de los negros y los blancos, ellos eran, supuestamente, esclavos. Bastardeaban las costumbres de los negros con sus canciones. Las comparsas tenían canciones con unas letras muy interesantes. Las había con contenido gracioso, crítica política, crítica social, de todo un poco.
Lo normal en estos años era que la gente jugaba con agua durante el día, veían los corsos, que comenzaban tipo cinco y media o seis de la tarde, y luego acudían a los bailes públicos o particulares, que comenzaban entre las nueve y once de la noche y terminaban de madrugada. Decía una crónica de 1872: "En los teatros, las puertas se abrirán mañana, el lunes doce y el martes trece, a las once de la noche, y se cerrarán a las cuatro de la madrugada. Los "tranways" estarán en funcionamiento toda la noche. En los teatros, los palcos costarán alrededor de 200 pesos y la entrada 100. En el Teatro de la Alegría los precios serán más módicos para los bailes de máscaras: 60 pesos los palcos y 25 la entrada para hombres. Las damas entrarán gratis. ¿No habrá algún disfrazado que se haga pasar por mujer?". Este año de 1872, los juegos con agua fueron prohibidos por la policía, solo se permitían los disfraces y las comparsas.
Estas últimas se solían juntar en las plazas, la gente se apiñaba en ellas a fin de escuchar su música y sus canciones. Al mismo tiempo en estos lugares se libraban combates con bombas, pomos y huevos.
Los corsos de fines del siglo XIX estaban integrados por comparsas, "centros" y orfeones. Los centros eran sociedades que se juntaban durante todo el año a cantar en diferentes fiestas, principalmente en carnaval. Las comparsas estaban integradas por músicos y cantantes, que se reunían para carnaval. Los orfeones se caracterizaban por su muy buena vestimenta, estaban integrados por músicos de gran categoría, muy buenos coros y grandes orquestas y bandas. Los corsos eran financiados mediante colectas y donaciones, ya que las autoridades no contribuían con dinero. Comenzaban usualmente a las cinco y media o seis de la tarde, y finalizaban con una fiesta de la Ceniza. En ésta la gente se arrojaba harina y ceniza, eran luchas violentas, que más de una vez terminaban con incidentes lamentables, pero por lo general se jugaba con mucho divertimento.
Las nuevas armas para los juegos con agua, eran los famosos pomos cradwell, que se vendían en la farmacia Cradwell de la calle San Martín y Rivadavia, y los llamados de "Bellas Artes". Éstos arrojaban agua perfumada. Todo esto a pesar de la ordenanza que prohibía arrojar agua en los días de carnaval. También se arrojaban serpentinas y "confettis". En San Isidro se vendían los pomos de plomo en la librería de Valentín Dosso o la de Plinio Spinelli, donde también se ofrecían caretas, serpentinas y papel picado.
A fines del siglo XIX y primeras décadas de 1900 los corsos sobraban y alcanzaron su máxima popularidad. Los había en casi todas las calles principales de Buenos Aires. También en las ciudades aledañas. Predominaban en el Centro, pero los había en Flores, en Belgrano, Barracas, La Boca, Parque Patricios. También en el resto del Gran Buenos Aires. Uno muy importante era el de San Fernando, y se destacaban los de Adrogué, Lomas de Zamora, Avellaneda, Morón y San Isidro, este ultimo corso se llevaba a cabo en las calles Cosme Beccar, Belgrano, 9 de Julio, 25 de mayo, hasta Primera Junta.
En estos tiempos estaba prohibido jugar con agua, sólo se podía arrojar "papel cortado, flores, serpentinas y laminillas de mica". Esto no quiere decir que no se jugara con agua, se siguió haciendo a pesar de todas las prohibiciones, pero por lo menos con menos violencia. Se solían dejar caer bolas de papel mojadas desde los balcones o azoteas sobre la gente, a veces sujetas con hilo para volver a utilizarla.
Grandes grupos de máscaras llevaban la alegría a la gente por todos lados. Se disfrazaban pintorescamente, se podía ver a la princesa, los príncipes y condes y al gracioso y simpático "oso Carolina", el cual realizaba piruetas. Los carruajes eran siempre lujosos, pero la gente esperaba con ansia la llegada de las sociedades corales y musicales. También estaban los "clowns" o payasos, que ejecutaban difíciles pruebas gimnásticas. Luego surgieron los grupos de máscaras caricaturescas que divertían con sus números y vestimenta graciosa.
Y por estos años comenzaron a tener importancia los bailes. Se realizaban a continuación de los corsos en teatros, instituciones sociales, hoteles y residencias particulares. Por lo general eran de disfraces, y se bailaban polcas, valses, etc. Algunos de los teatros hasta tenían un servicio mediante el cual los concurrentes podían cambiar de disfraz cuantas veces quisiesen. Uno de los más famosos lugares de baile fue el "Club del Progreso", fundado en 1852. Era un triunfo social poder participar de sus bailes, ya que había una rigurosa selección de invitados. Fuera de la Capital los mas conocidos eran los del "Tigre Hotel" los del "Hotel de San Isidro", también en la ultima localidad eran famosos los bailes de Francisco Bustamante, o las suntuosas veladas que organizaba Alfredo Demarchi en su palacio de San Fernando, los de Morón, Lomas de Zamora y, los del hotel Las Delicias en Adrogué. También estaban los bailes del “Club de Flores” y los del hotel "Carapachay" de San Fernando. Otros bailes famosos eran los organizados por una comisión de vecinos en los salones de la Municipalidad al finalizar el corso de la calle Corrientes. En casi todos los clubes barriales había bailes en carnaval, tanto en la Capital como en el Gran Buenos Aires.
Con el paso de los años se fue viendo que la gente de sociedad no compartía como antes estas fiestas populares, sólo acudían a los bailes o se exhibían en los carruajes durante los corsos más importantes. Ya no se daba la camaradería que imperase en el siglo anterior, en que los niños salían con los grandes, los negros con los blancos, ricos con pobres todos jugaban y festejaban juntos.
El carnaval fue perdiendo encanto, había muchas patotas y gente pasada de copas que acudía a los corsos, siempre armándose peleas. Muchas familias dejaron de ir a los corsos más populares. En 1909 se suspendieron los corsos por los continuos incidentes que se producían en ellos.
Por estos años se daban los bailes de los conventillos, que eran legión en Buenos Aires, muchas veces terminando a tiros o puñaladas, pero la mayoría de ellas festejados con mucha alegría y camaradería.
A partir de 1915 muchas de las famosas comparsas fueron desapareciendo. Fueron siendo remplazadas por las murgas. Éstas en principio, estaban integradas por jóvenes de 20 o menos años. Sus cantos eran simples e ingenuos, y sus letras "atrevidas". Los corsos perdían brillo, se poblaban de chatas, carros y carritos de lechero, adornados con flores artificiales, farolitos chinescos y tiras de papel barrilete de distintos colores. Ya no primaba la elegancia de tiempos pasados. Eran tiempos difíciles y se notaba en los festejos del carnaval. Los desfiles fueron siendo relegados por los bailes en gran escala que organizaban diferentes instituciones sociales. En 1921 resultaron fabulosos los del “Club de Flores”, el realizado por el “Círculo de la Prensa” en el teatro Coliseo y las veladas en el “Tigre Hotel”. Las mujeres iban vestidas con disfraces y los hombres con smoking. Esto para las clases altas, para los demás seguían existiendo los bailes en los clubes sociales y en residencias particulares. En todos se realizaban concursos y se premiaba al mejor bailarín y al mejor disfraz.
En la década del ‘20 eran muy pocos los corsos que seguían existiendo, y menos aun los que seguían siendo alegres y divertidos.
Como se dijo, con la declinación de las comparsas aparecen y proliferan las murgas. Las murgas apelan de modo desafiante al grotesco. Las comparsas en cambio tenían influencias europeas y eran bandas de músicos con alto dominio técnico y muchos coros e instrumentos. Las murgas también son el resultado de la mezcla de tradiciones que se dio con la gran inmigración. Antes las agrupaciones carnavalescas se fundaron en fuertes lazos étnicos, de clase y amistad. Con el tiempo se fueron organizando a partir del encuentro e intercambio vecinal de los barrios.
Las murgas representaban a estos centros sociales, y fueron relegando a las grandes comparsas. No tenían ni tenores ni bandas sinfónicas, pero eran y son, muy divertidas.
Los carnavales fueron mantenidos como fiesta pública por entidades que se organizaron en función de lazos de vecindad y territorio, que es la forma que todavía se encuentra en nuestros días. Desaparecieron los corsos, pero todavía se festeja. Y obviamente los juegos con agua nunca desaparecieron por más prohibiciones que les implantaron.

Bibliografía relevante
1.      Alonzo Piñeiro, Armando. "La historia argentina que muchos argentinos no conocen".
2.      Caro Baroja, Julio. "El carnaval".
3.      Crónicas de San Isidro. Nº 6, febrero de 1972. "El carnaval de antaño".
4.      Lozier Almazán, Bernardo P. "Carnavales de antaño", Carta Abierta, 5 de febrero de 1994.
5.      Martín, Alicia. "Fiesta en la calle"
6.      Prestigiacomo, R. y Uccello, F. "La pequeña aldea"
7.      Puccia, Enrique H. "Breve historia del carnaval porteño".
8.      Un Ingles. "Cinco años en Buenos Aires, 1820-1825"
9.      Verdevoye, Paul. "Costumbres y costumbrismo en la prensa argentina".

 

Investigación y elaboración por Martín A. Cagliani, estudiante de Historia y Antropología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Carnaval Salteño

Tiene una dosis de alegría, de baile, de contagio en la forma de jugar y divertirse. Además tiene la baguala, expresión única de este carnaval. En ningún otro lugar se dice una baguala y se resume el mundo. En Jujuy, el carnaval es hermoso, pero con influencias del altiplano y otro estilo. En Salta, la gente se divierte participando o mirando. De todas maneras, hay que entrar en la carpa y vivirla. Hay que animarse a sentir cómo es el mundo cuando el diablo anda suelto. (Carlos Abán. “El Tribuno”. 24 de febrero de 2002).

Carnaval y corso

Junto a las celebraciones religiosas y a las patrióticas, Salta muestra con orgullo la singular calidad de su fiesta más popular y emblemática: el carnaval. En ella se funden corrientes culturales diversas, aunque el perfil distintivo de la celebración salteña está marcado por el aporte de la cultura indígena. Junto a los corsos que se llevan a cabo en la ciudad de Salta, habitualmente rematados por multitudinarios y festivos bailes populares, el carnaval adquiere singular belleza y profunda significación en los pueblos de los valles. En las cercanías de la ciudad, son especialmente importantes los carnavales en Cerrillos, La Merced, Rosario de Lerma y Campo Quijano; más adentro, en los Valles Calchaquíes, el carnaval se mantiene aún en estado puro. El carnaval, como otras fiestas de hondo calado popular, supone una ingente movilización de personas. Al Valle de Lerma acuden con puntualidad cada año gentes humildes procedentes de remotos pueblos: algunos, simplemente para sumarse a la diversión; otros para montar allí carpas de baile o fondas (tenderetes donde se venden comidas y bebidas). El juego con agua, harina, talco y pintura es tan característico como la gastronomía (empanadas, tamales, humitas, guaschalocro, picante de panza) o la bebida (chicha de maíz, aloja, aguardiente, vino patero). En Salta la fiesta carnestolenda dura, cuando menos, un mes. El calendario es solamente orientativo y a menudo no sirve más que para señalar cuándo la fiesta ha de alcanzar su climax. El carnaval salteño remata bien entrada la cuaresma y no ha faltado quien opine sobre la conveniencia de prolongar la alegría hasta entrado el mismo invierno.


La "Metáfora Carnavalera" entre los Chiriguano- Chané
Por Rubén Pérez Bugallo
 
Desde el año 1980 vengo realizando investigaciones antropológicas entre los Chiriguanos- Chané, un complejo étnico producto de la mixtura guaraní-arawák que hoy habita al borde Oriental de la sierras subandinas, configurando una especie de cuña guaranítica que en nuestro país abarca el llamado "ramal" jujeño y una franja occidental del Chaco Salteño. En los años que inicié estos estudios, todavía la escasa bibliografía argentina referente a estas comunidades solía referirse a la principal de sus celebraciones festivas como "el carnaval Chane", poniendo a menudo énfasis en las particularidades artesanales de las máscaras de madera de yuchán que utilizaban los varones adultos en esa celebración. Para bailar el nombre primigenio de este ritual sinestético aún hoy vigente -Aréte Abáti, "El verdadero tiempo del maíz"-, había que recurrir a autores extranjeros ( Métraux, De Nino, Nordenskiöld, Del Campana, Susnik y otros). Pero si específicamente pretendíamos munirnos, por ejemplo, de la información etnomusicológica fidedigna (instrumentos musicales, canciones y danzas en los contextos situacional, temporal y mitológico del ritual), lo que teníamos que hacer era ponernos a trabajar por nuestra cuenta, dada la absoluta ausencia de estudios previos sobre el tema. Eso fue lo que más me intereso hacer a partir de 1980, arribando paulatinamente a diversos resultados; muchos ya publicados y casi merecedores de futuras ampliaciones a la luz de periódicos trabajos de campo. Estas páginas constituyen una síntesis de uno de los temas a los que hallo abocado. Aréte significa en lengua Chiriguano "El Verdadero Tiempo", la especial instancia temporal del transcurso festivo, el tiempo supracualificado que implica recapitulación mítica, refuerzo de lazos comunitarios, oportunidad esencial para la aproximación de los sexos, y por que no, bastante descontrol individual y grupal.
El Aréte podía realizarse para festejar un matrimonio, concretar una alianza tribal, planificar un ataque, etc... pero la principal de estas celebraciones era y es el Aréte Abáti, que se realiza anualmente durante el verano, cuando abunda el maíz maduro que elaborar el indispensable Kánwi (chicha).
El Aréte Abáti coincide hoy, día más o menos, con la celebración del carnaval. Y no son pocos los rasgos de este festejo que los indígenas han tomado de los pobladores criollos vecinos, tales como el juego con agua, harina, talco y/o pintura industrial, la organización de comparsas para participar en los corsos urbanos, los bailes con grabaciones de "música moderna" etc. Pero tampoco son pocos - y, de hecho, son más -, los elementos que el Aréte Abáti conserva íntimamente vinculados a al historia y a la cultura indígena. Expongo a continuación algunos de ellos. a) Atíko es el nombre que se da a los ensayos previos. Cuando los grupos musicales se reúnen en diferentes sitios para ejercitarse en los toques que luego acompañarán cada una de la etapas de Aréte. En el marco de estas ejecuciones instrumentales se considera que las melodías que producen las flautas masculinas tienen un notable poder de atracción sobre las mujeres.
b) Para el inicio de la celebración propiamente dicha se espera el florecimiento de la taperígua, árbol de flores amarillas al que se atribuye él haber sido un hombre en el tiempo primigenio. Con sus ramas, las mujeres arman un adorno floral que presidirá todo el desarrollo ritual y engalanan también tambores y el atuendo de todos los integrantes de la comitiva que se ha internado en el monte para "sacar" la fiesta y conducirla a la aldea. Una trompeta llamada wakar´hánti - la misma que otrora utilizaban antes de lanzarse al combate; anuncia que a partir de este momento la secuencia festiva no tendrá solución de continuidad.
 c) El yambúi baéna es el llamado "bailes de las tinajas". Los participantes van visitando -sin interrumpir nunca el acompañamiento musical- uno por uno los domicilios prefijados para los tradicionales convites con chicha. Y no paran de danzar ni abandonan el sitio hasta beberse la totalidad del contenido espirituoso de las tinajas ofrecidas por los dueños de casa.
d) en término generales, la danza colectiva prolongada se concibe como un eficaz recurso mágico para "aliviar el cuerpo", lograr la levitación y volar en procura del Iwóka (La tierra sin Mal). Unas de las maneras de danzar que se destaca, sin embargo, por la disimilitud con el resto es la llamada móki móki o kóya kóya, que se asemeja formalmente al huayno salvo en el hecho de que se reserva sólo para las mujeres. Tanto la influencia andina como la clara alusión segregacionista contra los obligados vecinos de habla quichua resultan en ella clarísimas.
e) En ocasiones, algunos grupos de áña- enmascarados que reviven en cuerpo y alma a los antepasados fallecidos y que a la vez son portadores de una ambivalente condición demoníaca-, se desvían deliberadamente del recorrido previsto y merodean por el poblado, dedicándose alegremente a saquear de alimentos y bebidas aquellas viviendas que hallen más desguarnecidas. Son los llamados chíri chúri y su actitud no hace sino rememorar tanto el activismo belicoso como las migraciones agresivas que fueron característica esenciales de los Chiriguanos.
f) El pálo pálo es un juego de fuerza y destreza realizado también al compás de flautas y tambores. Lo practican los jóvenes y su grado de violencia ha provocado que en las aldeas donde existe algún grado de autoridad policial se lo haya prohibido expresamente. En el juego se percibe sin dificultad la evocación del antiguo uso iwirapúnga, contundente macana de guerra que los Chiriguanos tomaron de los Toba.
 g) El momento culminante de Aréte Abáti se produce con el desarrollo de un combate ritual entre el luchador caracterizado como yágua (jaguar o "tigre") y otro que simula ser un toro. El primero aparece en la escena solo y en forma imprevista tras la llegada del "toro", que viene protegido entre banderas y custodiado tanto por los ñaguanáos -que tienen la piel teñida de negro-, y las kúña kúña ( mujeres ataviadas como hombres). La costumbre pauta que el yágua - la representación mítica del guerrero guaraní-, venza al "toro", clara alusión burlesca a la irrupción española y su corte de esclavos. El combate resulta ser entonces una representación teatral que invierte ritualmente la historia.
h) Los actos finalizan cuando la totalidad de los participantes se dirigen a un curso de agua en cuyas orillas se despojas de muchos de los elementos que utilizaron en la fiesta, incluso las máscaras, que se suelen destruir. De este modo la áña se rehumanizan, se re- conocen y se re-integran a la cotidianidad, mientras el río se constituye, hasta el próximo año, en el receptáculo de las almas de los muertos. Baste lo dicho para alertar al desprevenido observador de un aréte que al solicitar explicaciones de algún oficiante indígena, reciba tal vez la concebida respuesta de que "están festejando el carnaval". Eso no sería otra cosa que parte de un antiguo mecanismo distractorio y desorientados ad hoc para conformar a quienes los indígenas no tienen motivos para considerar dignos de su confianza. Asimismo, el último de los comentarios me conduce a la advertencia de que sin duda también en los corsos de las grandes ciudades, un profundo trabajo de interpretación antropológica permitiría detectar simbolismos, conflictos y estrategias de supervivencia que hoy pasan deliberadamente desapercibidas tras la pantalla previsible de la procacidad, la juerga y el desenfreno.


Rubén Pérez Bugallo: es antropólogo y etnomusicólogo, investigador del Conicet con sede en el Instituto Nacional de Antropología. En 1999 se hizo acreedor al Premio Nacional de Antropología y Metodología de la Investigación que otorga anualmente la Secretaría de Cultura de la Nación.


El Mundo dado vuelta
Por Antonio Célico, especial para El Corsito

El carnaval humahuaqueño es coincidente con el fin de las lluvias y el comienzo de las cosechas, ambos elementos le han conferido, entonces, un carácter muy particular. Sin duda en la Quebrada de Humahuaca transcurre la más visible de las festividades populares y la más abarcadora en términos de tejido social. La cosmovisión de las comunidades de la quebrada está conformada por tres "mundos" que de alguna manera aparecen superpuestos: el mundo de arriba, este mundo y el mundo de abajo. En este último habitan los antepasados, los muertos y es también el ámbito de la Pachamama y de deidades ambiguas y peligrosas. Existen momentos donde la conexión entre los mundos se potencia y extiende en el tiempo. Así el comienzo y el fin de la época de lluvias, se halla señalado ritualmente por TODOS LOS SANTOS y CARNAVAL, respectivamente. Todos los Santos abre o instaura en "este mundo" el "mundo de arriba" y carnaval hace lo propio con el "mundo de abajo". Se produce el fenómeno de inversión y de alguna manera esos mundos imponen sus reglas en éste. El carnaval es entonces la ritualización de un tiempo y espacio diferentes, donde se instala la situación del "mundo al revés" alterando o modificando así las relaciones entre los hombres. El carnaval se saca del submundo y esta irrupción se produce a través del mojón, lugar al borde de los espacios urbanos de donde se lo desentierra y donde también finalmente se lo volverá a enterrar hasta el año próximo. La alegría carnavalesca modifica el comportamiento y otorga el permiso que legitima acciones no bien vistas fuera de ese tiempo. Todo comienza en el jueves de comadres, que se realiza la semana anterior al inicio del carnaval. Aquí se reœnen las mujeres que tienen entre sí algún lazo de parentesco, que también puede ser espiritual o de amistad. El sábado siguiente se procederá a desenterrar el carnaval con una serie de acciones que se realizan en los mojones, ubicados en la periferia y cercanos a ríos y cerros. En cada pueblo o localidad de la Quebrada, se encuentran gran cantidad de comparsas, y estas poseen una organización que se extiende más allá del propio carnaval. Ellas se encargan no solo de desenterrar y enterrar el carnaval, sino que funcionan llevando el mismo a toda la comunidad. Se llega al mojón en las últimas horas de la tarde, y luego del debido permiso solicitado a la Pachamama, se comienza a alegrar el mismo en una serie de acciones conocidas vulgarmente como chayar el mojón. Se lo hace con bebidas alcohólicas, coca, tabaco, serpentinas, papel picado y talco. Luego se lo adorna con maíz, girasol y las infaltables ramitas de albahaca. Se comienza a preparar un clima de gran tensión que reclama la aparición del hecho que se ha gestado; se reparten caramelos, coca, bebidas, tabaco, ramas de albahaca, etc. En algún momento el presidente de la comparsa o el padrino del diablito, concreta la acción del desentierro y muestra éste a la gente que acompaña a los oficiantes. Es el momento de la aparición de los disfrazados, es el momento de la instalación del carnaval y es acompañado por gritos y bailes. Las danzas se realizan alrededor o frente al mojón, acompañadas por las "tarkas"(o anatas), a veces "bronces" y elementos de percusión. Cada comparsa tiene canciones identificatorias que son seguidas por la totalidad sin dejar de danzar. Los disfrazados y diablos en general amplían la conducta de los no disfrazados y suelen deformar su voz generando un falsete. Es un momento de un comportamiento altamente teatral, donde se bromea y se exagera el proceder habitual de "este mundo". Posteriormente se seguirá bailando por las calles del pueblo los nueve días y ocho noches de duración del carnaval. La comparsa es encabezada por el banderero y las danzas son ejecutadas en zigzag o en espiral. Los juegos son acompañados con talco, serpentinas y mistura (papel picado). Cada día de carnaval, significa para la comparsa el paso por distintas casas donde se realizan las denominadas "invitaciones". Es decir, el dueño de casa invita a la comparsa generalmente con bebidas alcohólicas y en la invitación central de cada día, con comida también. Concluida la última invitación, la comparsa se acerca lentamente a su mojón, anticipando el final de la alegría carnavalesca. Se vuelve a chayar el mojón, se entierra el diablito y los participantes se desprenden de serpentinas, papel picado, talco, albahaca, depositándolos sobre el mismo. Los disfrazados se sacan sus máscaras, la música se detiene envolviendo a la situación en una alta intensidad dramática. Se ha vuelto a este mundo.



          
 La etimología de la palabra "CARNAVAL" es muy incierta.
Algunos estudiosos dicen que deriva de las palabras italianas "carne y vale" que quiere decir " carne a Dios" indicando la excesiva sensualidad de los días carnavalescos. Otros aseguran que derive de "carro navale" o sea "carro naval". En la Edad Media lo llamaban "fasnachat" o "fesenach", fiesta de locura.
El Carnaval como celebración anual deriva de los Saturneles Romanas. Pero de un modo general se encuentran vestigios de estas fiestas en todos los pueblos desde la más remota antigüedad.
Una curiosidad: hasta hace una pocas décadas, se celebraba el Miércoles de Ceniza enterrando a un muñeco.
De ese costumbre pagana derivó el término "entierro de carnaval".
La costumbre de usar máscaras tuvo origen religioso espiritual que derivaba del culto a los muertos.
Aquel personaje que personificaba a los espíritus se vestía de blanco y se cubría el rostro con una máscara. De esta manera se fue instalando en el pueblo la costumbre de disfrazarse para esta celebración, tradición que hasta hoy tiene vigencia.
Algunos Papas clamaron contra los desordenes del desenfreno con el que se celebraba el carnaval. El medioevo dio origen a fiesta del "Asno de los Locos" o del Siervo, en la que los hombres vestidos con pieles recorrían los campos y penetraban en las casas.
El Papa, Carlos V en el año 1525, y Felipe V en el año 1616 también alarmados por la violencia de algunos hombres, prohibieron la celebración del carnaval. Los burgueses mientras tanto llevaron las celebraciones a puertas cerradas. En sus lujosísimos salones, bailaban hasta tarde escondidos detrás de las enigmáticas máscaras y espectaculares disfraces. Las clases populares , sin embargo, continuaron festejándolos en las calles.
Los Carnavales más famosos del mundo son los de Niza, Turín, París, Nápoles, Florencia, Venecia y Río de Janeiro y de a poco todos estos fueron transformándose en importantes espectáculos turísticos dejando otras la parte espiritual que originariamente dio origen a la celebración del CARNAVAL.

Historia del Carnaval

El carnaval es una curiosa celebración que antes de la Cuaresma cristiana le permite a la gente romper sin pudor con cánones morales, recurriendo a disfraces y excitantes cantos. Sus antecesoras más remotas fueron las fiestas conocidas en la antigüedad como "Bacanales" - en honor a Baco, dios pagano del vino- y las "Saturnales" - por Saturno, dios de la siembra y la cosecha -, además de los festejos que se hacían en Grecia y Roma por la primavera y el año nuevo.
La palabra carnaval también proviene de aquella época. Durante las bacanales, a Baco se le cantaba el Ditirambo; el coro que lo hacía iba disfrazado de sátiro y frente a él aparecía el sacerdote del dios conduciendo un barco sobre ruedas al que llamaban "carrus navalis" (carro marino o naval), y que los romanos pronunciaban "car navalis" Mientras que carnestolendas, como también se lo llama al carnaval, proviene de "caro", carnes, y "tollo", tapar, términos que parecerían aludir al disfraz.
La devoción del hombre por usar mascaras puede encontrarse ya en el antiguo Egipto o en Grecia, e incluso en el teatro japonés. Pero en el carnaval propiamente dicho fue Italia la que adoptó la careta, más precisamente Venecia, donde se usó no sólo como vehículo de alegría sino que sirvió para guardar el incógnito y gozar de impunidad en venganzas y conspiraciones, aunque también facilitó romances y amoríos.
La costumbre de arrojarse distintos tipos de elementos también fue heredada de los romanos, quienes se divertían tirando con fuerza confites de menta, rosa o anís a la cara de los transeúntes; de aquel habito fue que se adoptó el papel picado. Pero este, como lo conocemos hoy en día, tuvo su origen en una imprenta de París. Allí, un obrero que perforaba pliegos de papeles de colores, al ver caer los redondelitos sobrantes los juntó y se los regaló a su hijo; el obsequio no sólo causó sensación entre los niños sino también en los adultos, quienes comenzaron a encargarle bolsitas de papel picado para arrojarlo durante los días de carnaval.
Con el correr de los años, el carnaval tomó formas y estilos diferentes según cada país.

América

Al llegar a América incorporó elementos aborígenes y hasta alcanzó ribetes místicos precolombinos, por ejemplo en Oruro. En la Argentina, cada provincia le dio su toque de distinción a esta fiesta; en cuanto a los carnavales porteños, sus bailes y mascaradas fueron famosos en tiempos coloniales, e incluso llegaron a ser motivo de escándalo, como el "fandango" que se bailaba en la Casa de Comedias. El virrey Vértiz implantó los bailes en locales cerrados para evitar las manifestaciones callejeras, pero tras los históricos acontecimientos de Mayo de 1810 fue común entre la población jugar en forma intensa con agua, aprovechándose para ello toda clase de recipientes, desde modestos jarros hasta huevos de avestruz llenos de líquido, viviéndose en las calles encuentros casi salvajes.
En tiempos de Rosas los excesos llegaron a tal punto que él mismo, luego de fomentar el carnaval, lo suprimió por medio de un decreto. Según crónicas posteriores, los carnavales porteños más brillantes se vivieron durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento, quien tenía debilidad por esta fiesta. El de 1869 fue uno de los más recordados y, además de impresionar al gobernante, seria el puntapié inicial para muchas comparsas que se hicieron famosas.














La Historia del Carnaval

Por Angel López Cantos
Doctor en Historia de América. Autor de Juegos, fiestas y diversiones en la América española. Colección Mapfre, Madrid, 1992.

Los carnavales en la América española:
¿Cuándo comenzó a festejarse el carnaval entre nosotros? ¿Acaso a finales del siglo XIX? ¿Tal vez hacia comienzos de esa centuria?, estas son referencias de "La Revista de Salta" (1824). Muchos autores no se atreven a arriesgar fechas. Según otros, los festejos de la carne están entremezclados con la llegada de los españoles. Angel López Cantos aborda aquí el menos conocido carnaval en América durante la época colonial.
Como casi la totalidad de las manifestaciones lúdicas que llegaron a América, el carnaval lo hizo vía España. Es cierto que siendo esta diversión parte de la cultura europea, no pudo librarse de sus influencias, pero no es menos cierto que allí echará raíces el modelo que, con elementos propios y postizos, había cristalizado en la península. A su arribo a América se enriquecerá con algunas modificaciones autóctonas, aunque en el fondo podemos afirmar que simplemente constituyeron unas variantes más del carnaval hispánico.
En el momento del descubrimiento esta diversión había adquirido ya en España unas formas estables y una gran aceptación entre sus habitantes. Cruzaría el océano con los conquistadores y colonizadores sin perder un ápice de popularidad y de fuerza. La llevarían a todos los lugares donde se establecieron.
Los principios básicos en que se basaban los regocijos de carnestolendas eran las máscaras y los disfraces, aunque también es cierto que no había necesidad de estar en el carnaval para utilizarlos. Infinidad de ocasiones los indianos echaron mano a ambos recursos, sobre todo en las conmemoraciones patronales, en la del apóstol Santiago y en algunas súbitas.
Triunfa Doña Cuaresma
No obstante, se estableció una distinción, pequeña en apariencia, pero sustancial en el fondo: mientras que en carnaval constituían los únicos trajes, siendo en realidad el uniforme de las fiestas, en las mascaradas su empleo sólo era ocasional, como parte de un conjunto de diversiones.
Otra nota permanente era la práctica de arrojar agua y algunos objetos, casi nunca contundentes, a los viandantes, a los espectadores, a los curiosos que se asomaban a las ventanas o balcones y a los integrantes de las comparsas, propias y ajenas.
Y la última señal de identidad la constituía la ceremonia del entierro y muerte del carnaval. La victoria de Doña Cuaresma sobre Don Carnal. Bajo la excusa del final de una fiesta alegre y desenfadada se daba sepultura a la efigie de una persona, animal u objeto, que representaba a un individuo, institución o situación, aprovechando el acto para criticarlos y hasta herirlos con auténtica virulencia.
El carnaval en Indias:
No hubo un solo lugar en aquellas tierras que no celebrara las fiestas de carnaval con verdadero entusiasmo. En plena conquista ya disfrutaron con esta diversión. Las ordenanzas dadas por Hernán Cortés para que por ellas se "gobiernen los vecinos, moradores y estantes y habitantes de las villas pobladas y además que en adelante se poblaran", disponían las posturas que debían tomarse para el abasto de carne entre Navidad y carnestolendas. Daba por sentado que pasado ese período había que guardar vigilia. Y si citaba tales fiestas era porque las practicaban en los lugares recién fundados y preveía que en los nuevos también lo harían.
En todas partes se cubrían los rostros con diferentes máscaras; con caretas típicas e inconfundibles, creaciones propias, como en Colombia, Santo Domingo, Puerto Rico o Bolivia, o simplemente improvisando con pinturas y telas. Durante las fiestas tanto el hombre como la mujer gozaban de la misma libertad pues sus artificios estaban tan logrados que difícilmente podía distinguirse el sexo a que pertenecían. Un viajero que contempló el carnaval a principios del siglo XIX escribió: "Todo el mundo se disfraza, siendo imposible para los hombres reconocer sus propios hermanos y hermanas".
Tiempo para criticar
Actuaban casi siempre en grupos bastante numerosos, formando comparsas, dotados de una gran movilidad que les proporcionaban caballos con los que recorrían las calles. Con dificultad se encontraba una máscara a pie.
El disfraz, el considerable número de los componentes de los grupos, nunca menos de 20, y la facilidad para desplazarse de un lugar a otro, les ayudaban a emitir toda clase de críticas, siempre hirientes y malintencionadas, y de las que nadie quedaba libre. El vecindario estaba expuesto a ellas, sin que se salvara ninguno, ni siquiera los más altos cargos de la administración.
Sólo la Iglesia y sus ministros quedaron al margen. El miedo de tocar el dogma y la inviolabilidad de los eclesiásticos los hacían prudentes. La Inquisición nunca tuvo sentido del humor y sus representantes siempre se mostraron celosos en preservar la pureza de la fe e inflexibles ante cualquier crítica, sin importarles el modo o la procedencia.
Apoyándose en las comparsas y en la libertad de movimientos, gozaron de total impunidad, que emplearon en arrojar objetos livianos a mirones y a otros comparsistas. Los líquidos y, sobre todo, el agua constituyeron la base de los productos que se lanzaban unos a otros. Las aguas, por lo general, podían ser claras y nunca faltaron las perfumadas, pero casi siempre eran coloreadas, sucias y malolientes.
Tampoco olvidaron las confituras, flores, papelillos de colores, cenizas y en ocasiones naranjas. Sin embargo, los líquidos fueron los que tuvieron mayor aceptación. Lo que importaba, hacía gracia y divertía, era mojar al contrario y si quedaba empapado, mucho mejor.
La modalidad más común empleada fueron los cascarones de huevos, que, o bien vaciaban su contenido ex profeso, practicándoles dos agujeritos en los extremos, que taparían luego con cera tras haberlos rellenado con líquidos, o bien guardaban los que consumían durante los meses inmediatos a las fiestas.
También usaron como recipientes las vejigas de los animales que sacrificaban durante el año para su consumo, en particular las de los cerdos. Limpias y saladas las conservaban para utilizarlas en su momento. Las atiborraban de agua o de confituras, y como bombas, aunque poco disuasorias, las empleaban contra unos supuestos enemigos.
En ciertas ocasiones y lugares usaron otro procedimiento, las llamadas "alcancías". Consistían en bolas de barro huecas y de pequeño tamaño cocidas al sol y que luego rellenaban con los objetos tradicionales. Con estas "bombas" sí se corría el peligro de ocasionar daños físicos a quienes alcanzaban.
Combates de comparsas
Por ello, raramente las destinaron a los viandantes y a los indefensos espectadores, sino a las comparsas enemigas. Entre ellas organizaban verdaderas batallas en las que la integridad física de los contendientes corría auténtico peligro si eran alcanzados en pleno, sobre todo en el rostro.
Aconteció con bastante frecuencia que las cañas se convirtieron en lanzas, cuando empleaban estos enfrentamientos jocosos como excusas en rencillas que llevaban tiempo larvadas. Lo que había comenzado como un simple pasatiempo, terminaba en una verdadera batalla campal. Martínez Vela, cronista de Potosí, escribió en 1656: "Sus malditas carnestolendas más son para calladas que para declaradas por venganzas que en ellas hacían unos y otros, además de jugarse toros y otras invenciones y diversiones, armaban escuadrones de barrios unos contra otros".
Las armas preferentemente usadas para estos enfrentamientos fueron las alcancías. Cuando las agotaban, pasaban a las armas blancas. El Miércoles de Ceniza los resultados producían pavor: "Lo que se veía -añade- era cincuenta o cien personas sin vida, así hombres como mujeres". No obstante, situaciones como ésta no eran frecuentes, y normalmente no pasaban de algunas magulladuras o de un resfriado.
En realidad, los días de carnaval se convertían en una continuada batalla, en la que el agua lo inundaba todo. Desde las primeras horas del domingo hasta el comienzo de la cuaresma, pasear por cualquier población suponía una aventura poco recomendable. Aquel que la emprendía sabía con certeza que a los pocos minutos iba a quedar empapado de arriba a bajo y en el mejor de los casos de agua limpia. Lo normal era que recibiera una auténtica de cascarones o vejigas con productos menos inocuos.
Licencias y excesos:
En los hogares más permisivos, de la contemplación se pasaba a la acción, pero de forma controlada. De siempre las fiestas carnestolendas han sido la llave maestra que durante unas fechas encerraba a buen recaudo todos los tabúes. Y si aquella sociedad tuvo que soportar alguno con carácter general, era el relacionado con el sexo. Ni aún en carnaval estuvo libre.
Acorraladas las jóvenes y rotas las laberínticas barreras para la aproximación de hombres y mujeres y ayudados, unos y otros, por la excitación de la lucha y la abundancia de las bebidas, se producía el contacto, pero era preciso disfrazarlo también de juego.
En 1747, el padre comendador de la Merced de la ciudad de La Paz, después de presenciar una de estas batallas, escribió: "El carnaval del diablo ha sido muy pecaminoso, los hombres, con pretexto de untarles con harina la cara y los pechos a las hembras, cometían tratamientos que conducen al pecado.
¡Jesús! He visto a casi seis mocetones apoderarse de una mujer, embadurnarla hasta el extremo de dejarla pura harina y que otras quedan muy contentas y satisfechas".

CACHARPAYA

En las zonas rurales se festeja con gran emoción y virulencia el entierro del carnaval, así, Félix Coluccio nos cuenta que en Santiago del Estero, particularmente, la kacharpaya está simbolizada por un criollo mal vestido y mal ensillado, que va acompañado por otros compañeros, va de casa en casa mendigando algo. Al final del periplo, se reparten lo obtenido.
Se entierra la cacharpaya el miércoles de ceniza o domingo siguiente. La ceremonia se dramatiza cuando la cacharpaya se mete dentro de un hoyo en el suelo y los acompañantes le arrojan algunas paladas de tierra. De este modo se da por terminado el carnaval.

LA CARPA Y LA TRINCHERA

Definitivamente estas dos tradicionales construcciones criollas en la mayoría de los festivales van unidas, de allí que se tomen en una misma presentación.
Félix Coluccio describe las carpas como un toldo que se levanta en carnaval para que la gente pueda ir allí a bailar. Es muy común verlas en toda la zona noroeste, son toldos parecidos a los que utilizan los gitanos, y se usan indudablemente por su facilidad de transporte y manejo.
Las trincheras son troncos que se ponen alrededor de un patio en donde se desarrollará la fiesta, suelen ser de troncos de unos 10 cm. de diámetro que se levantan con un travesaño a la altura del pecho de un caballo (aprox. un metro). Su función es la de evitar el ingreso de jinetes al patio de baile y sirve también de palenque para atar las cabalgaduras.
En muchos festivales, no necesariamente carnaval, las carpas cuentan con trincheras. Nos cuenta Isabel Aretz que en fiestas que ella observó en Santiago del Estero (para el Tinkunaku) los jinetes se peleaban por un lugar en la trinchera y eventualmente algún audaz saltaba el tronco para hacer caracolear el caballo en el interior del patio.
Según Coluccio en los Valles Calchaquíes y otros lugares de Salta, las trincheras son reemplazadas por las carpas instaladas en los patios de los negocios, o simplemente en un espacio libre, en alguna ramada, etc., pero dada la fama que tienen estos lugares de diversión, la gente se abstiene de concurrir. El secreto de visitar estos sitios consiste en desaparecer un par de horas antes de la oración, momento mágico en que comienzan a florecer las machas riesgosas.

CORPACHADA

Este es uno de los ritos consagrados a la Pachamama. Esta divinidad, de origen incaico, integraba -junto a Inti (Rey Sol) y a la Mama Illa o Quilla (Luna)- la trinidad astrológica venerada por los calchaquíes.
La Pachamama (Madre tierra) es la fuerza germinadora de la naturaleza. Como los mortales que cobija, ella siente hambre y sed. El culto consiste en "corpacharla" (darle de comer). Para ello, se cavan profundos hoyos en los que se entierran todo tipo de comidas y bebidas. Este acto es acompañado por rezos e invocaciones a la diosa.
La Pachamama es generosa con la gente buena, pero no tolera a los ingratos e incrédulos que no la "corpachan". A ellos aplica severos castigos.
Algunos de los métodos de corpacharla es dejando ofrendas en las apachetas.



FLECHADA

En la zona del norte de la provincia de Jujuy y en algunos sectores del interior de Salta y Catamarca es muy común la celebración de La Flechada.
Cuando un paisano inaugura una casa o una habitación, realiza un celebración de singulares características: se junta a todos los vecinos y amigos y en el sitio a inaugurar, se cuelga un huevo desde el techo.
Luego, empezando por los dueños, uno a uno intentarán con un arco flecha darle al huevo, lógicamente toda la ceremonia es debidamente acompañada por alguna sabrosa comida y prolijamente regada...

SEÑALADA

Es la ocasión de poner la marca a los animales nacidos durante el año. Se los enflora, se marcan, se distribuye chicha, cigarrillos, coca y yista a los presentes, se hace casar a un animal macho con uno hembra, el dueño de la hacienda da tres vueltas al mojón donde se entierran los recortes de orejas, la coca y las ofrendas a la Pachamama, se ruega por la multiplicación del rebaño, y luego se hace una fiesta.

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