Algunas consideraciones reflexivas




"Seguramente que entre la música y el color no hay nada más en común que el hecho de que ambos siguen el mismo camino. Siete notas con ligeras modificaciones son suficientes para crear sabe Dios qué universo. ¿Debería ser diferente en las artes plásticas?".
Henri Matisse



6 de marzo de 2019

La Revolución del Parque


Introducción



Hacia 1880, el pensamiento positivista parecía tener validez universal y sus concepciones abarcaban todas las disciplinas.
Eran tiempos de optimismo, de fe profunda en el progreso indefinido. En la Argentina de la época –y dentro de ese marco ideológico-, los científicos y los hombres de letras debieron afrontar la difícil tarea de satisfacer el anhelo de una nación joven que quería encontrarse a sí misma.
Un país había quedado atrás: ahora se recibían mensajes, hombres, mercaderías y capitales del exterior. La antigua condición periférica se había redefinido: la generación del ochenta no lo lamentó y de inmediato se lanzó a formar las bases de la República Moderna.
El triunfo del modelo oligárquico estuvo caracterizado por el funcionamiento de un régimen político republicano restringido. La Argentina se insertó en el circuito de la economía mundial como proveedora de materias primas. Junto a las transformaciones económicas que produjo el sistema capitalista mundial en su fase imperialista en nuestro país, se estudian también los cambios sociales generados por la inmigración europea masiva. Asimismo se enfocan los efectos que produjeron esos cambios y la lucha que sostuvieron los distintos grupos para lograr una mayor participación política.
En 1880, la llegada a la presidencia de Julio Argentino Roca y la federalización de Buenos Aires fueron dos episodios que marcaron la consolidación del Estado argentino. También significaron el inicio de una etapa que se extendió hasta 1916 y que fue llamada “la república conservadora”.
La palabra orden en su sentido más fuerte, evoca el monopolio de la violencia legítima dentro de los límites impuestos por la Constitución; el adjetivo conservador, califica la configuración concreta de un régimen de hegemonía gubernamental en el que la intención de los actores para controlar la sucesión choca con oposiciones, conflictos y efectos inesperados.
Si bien la Constitución Nacional de 1853 había establecido un régimen político basado en reglas democráticas, en la realidad se consolidó en ese período una práctica política que limitaba la participación a una minoría. De allí que este período histórico sea también conocido como “la república oligárquica”, ya que un reducido grupo –la oligarquía- ocupaba las posiciones de poder político y económico y garantizaba para sí el control de la sucesión presidencial monopolizando los cargos de gobierno.
Esta modalidad de funcionamiento del régimen político comenzó a verse amenazada cuando algunos grupos de la oligarquía quedaron desplazados de las posiciones de poder. Una alianza heterogénea cuestionó en 1890 la legitimidad de este sistema de gobierno y la consigna de elecciones limpias abrió un nuevo panorama político.
Con Miguel Juárez Celman se acentúan los peores rasgos del régimen oligárquico. El presidente se comportaba como un monarca despótico. Era sectario y excluyente, aun en el marco de la alianza dominante que lo sostenía. Promovió, por ejemplo, dos intervenciones –injustas y escandalosas- a las provincias de Tucumán y Mendoza, sustituyendo sus autoridades por otras que le eran totalmente adictas. En lo económico adoptó un liberalismo incondicional y principista que lo llevó a enajenar ferrocarriles nacionales, a vender las obras de salubridad de la ciudad y a conceder a los bancos particulares la facultad de emitir billetes.
La inmigración fue una de las características sobresalientes de esta etapa y sus efectos fueron tan decisivos que José Luis Romero denominó a estos años de la historia argentina como “la era aluvial”. En su texto Las ideas políticas en la Argentina sostenía que: “ya hacia 1880 se advierte que el país ha sufrido una profunda mutación: es entonces cuando la era aluvial se inicia (...). El primer signo de esta era que se inicia es, en el campo político - social, un nuevo divorcio entre las masas y las minorías. Las masas han cambiado su estructura y su fisonomía y, por reflejo, las minorías han cambiado de significación y de actitud frente a ella y frente a los problemas del país” .
La crónica escasez de mano de obra en la Argentina se complementaba con la expulsión de trabajadores que se produjo en el continente europeo.
Pero la distribución de la población inmigrante en nuestro país no fue homogénea. El asentamiento de europeos en zonas rurales fue limitado debido a las dificultades que encontraron para acceder a la propiedad de la tierra. Salvo algunas experiencias de proyectos colonizadores, predominó la gran propiedad en manos de los latifundistas.
Las grandes ciudades ofrecieron oportunidades laborales y los inmigrantes se instalaron en ellas y contribuyeron a transformarlas cuantitativa y cualitativamente. El proceso de modernización del país produjo en este sentido nuevos desafíos. Frente a la imagen que la élite intelectual y política del país había armado sobre el inmigrante, se impuso la realidad: los inmigrantes eran trabajadores que traían consigo sus experiencias políticas, laborales y sindicales. De modo tal que la cuestión social comenzó a aflorar en la medida en que los trabajadores compartían ideologías contestatarias y se organizaban sindicalmente.
Por otra parte el fenómeno inmigratorio había modificado la sociedad previa. Para el sector dirigente se tornaba imperioso naturalizar a los extranjeros y contribuir a la formación de una identidad compartida. Era el tiempo de construir la nacionalidad.
La economía mundial seguía los dictados que imponía la industrialización. El sistema capitalista mundial se expandía y las economías de las regiones periféricas ensayaban modalidades de inserción en el circuito económico liderado por los países industrializados. La economía argentina demostró ser muy dinámica en la medida que fue adaptando su producción a las cambiantes demandas del mercado internacional. Sobre la base de una estructura productiva desarrollada en las décadas anteriores, nuestro país intensificó desde 1880 sus lazos comerciales con Europa a partir de la exportación de productos agropecuarios (carnes y cereales).
El crecimiento económico experimentado por la economía durante el período fue verdaderamente extraordinario al amparo de las ventajas que ofrecía la fertilidad de la tierra en la pampa húmeda. Así se consolidó una estructura económica conocida como modelo agroexportador que implicó profundos cambios políticos y sociales.
Pero la revolución de 1890 puso en evidencia el malestar de distintos sectores políticos frente a la modalidad que había adquirido el régimen bajo la hegemonía del Partido Autonomista Nacional. Los sucesos que determinaron la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman abrían un nuevo panorama. En esa coyuntura surgió la Unión Cívica, una articulación de grupos heterogéneos que se habían unido reaccionando frente a las prácticas políticas ilegítimas y corruptas del orden conservador.
En 1891 se produjo una división, que dio origen a la Unión Cívica Radical. Se conformó como partido político y declaró la abstención en los comicios como protesta ante el fraude electoral. Desde su surgimiento hasta el ascenso al poder en 1916, el radicalismo se fue fortaleciendo cada vez más y protagonizó una decidida oposición al régimen.
Las transformaciones sociales y económicas habían contribuido a la formación de un movimiento obrero de ideologías diversas. Dentro de este movimiento obrero convivieron orientaciones tales como el anarquismo, el socialismo y el sindicalismo revolucionario. Los trabajadores crearon sus propias organizaciones e hicieron conocer sus reclamos. La conflictividad social se puso de manifiesto y produjo reacciones en los sectores dominantes de la sociedad. Algunos miembros de la clase gobernante advirtieron los cambios que se habían producido y consideraron necesario ampliar el sistema político.
La sanción de la Ley 8.871 en 1912 –más conocida como Ley Sáenz Peña- marcó un giro en la historia política de nuestro país: el voto de carácter universal, secreto y obligatorio puso fin al orden conservador y permitió en 1916 el ascenso de Hipólito Yrigoyen a la presidencia.

Antecedentes


La política económica de Miguel Juárez Celman (desde el 12 de octubre de 1886) se construyó sobre la perspectiva de la prosperidad por tiempo indefinido. Así fue como surgieron en el país gran cantidad de bancos y empresas comerciales sin capitales efectivos, emprendiendo audaces operaciones que no rindieron las ganancias esperadas.
La más importante manifestación de la crisis fue la vertiginosa desvalorización del papel moneda.
Los títulos de la deuda pública bajaron de manera alarmante y en la bolsa se desplomaron los valores mejor garantizados. En el comercio exterior, los saldos resultaron negativos, lo que llevó al gobierno a lanzar emisiones clandestinas de papel moneda.
Se paralizaron construcciones de importancia, se produjeron quiebras e insolvencias. Los depositantes retiraban sus ahorros, el capital bancario se contraía y el crédito se restringía de más en más, ahondando la crisis. El saldo de la balanza de pagos era desfavorable.
El desastre financiero trajo graves consecuencias sociales: encarecimiento de la vida, desocupación, numerosas huelgas y descreimiento generalizado.
Mientras tanto, en el plano político, Juárez Celman quiso sacudir la influencia de su antecesor en el gobierno, el General Roca. Así fue como fundó un gran partido nacional al que adhirieron los gobernadores provinciales reconociéndolo como jefe único.
A diferencia de Roca y del resto de sus antecesores, Juárez fue muy poco cuidadoso de los dineros públicos. El lujo y la ostentación, la adulación de la que se rodeaba, chocaban con los usos y las tradiciones políticas del país.
La falta absoluta de garantías electorales indujo a las fuerzas dispersas de la oposición a no presentar batalla. Se abstuvieron de concurrir a los comicios y las cámaras fueron oficialistas de manera casi absoluta.
Esta profunda crisis provocó la reacción del sentimiento público. Promediando el año 1889, surgió un movimiento opositor al régimen imperante denominado Unión Cívica de la Juventud, integrado entre otros, por Mariano Demaría, Aristóbulo del Valle, Pedro Goyena, Juan J. Romero, Vicente Fidel López, Francisco Barroetaveña, Bernardo de Irigoyen, pero su principal dirigente fue el doctor Leandro N. Alem.
Perseguía fines eminentemente políticos: libertad de sufragio, autonomías provinciales, libertades públicas y pureza de la moral administrativa. 
El 20 de agosto de 1889, un grupo de jóvenes adictos a la figura del primer mandatario, realiza un banquete en su apoyo. Ese mismo día el diario La Nación publica el artículo “¡Tu quoque juventus! (¡Tú también juventud!), de Francisco Barroetaveña. El banquete de los “incondicionales” genera la reacción de otros jóvenes, opositores, que realizan un acto como respuesta. En el Jardín Florida están todos los sectores desplazados del régimen, los mitristas, los viejos autonomistas, los católicos, etc.
Una nueva generación sale al ruedo y su primer gesto es rescatar del ostracismo político a importantes figuras. Pero hay un hombre que por su trayectoria de austeridad, desinterés y valor cívico se convertirá en símbolo.
En el ambiente fervoroso del mitin se proclamó la constitución de la Unión Cívica de la Juventud y se aclamó a Aristóbulo del Valle, a José Manuel Estrada, a Vicente Fidel López. Pero Leandro N. Alem, sin duda, fue el héroe de la jornada.
En menos de un mes la Unión Cívica (ya sin el aditamento “de la juventud”) constituyó núcleos en todas las parroquias de la Capital y en muchas ciudades y pueblos de la provincia de Buenos Aires. Los comités estaban presididos por Alem y Mitre.
El 13 de abril de 1890, se realiza en el Frontón Buenos Aires un acto de proporcione inéditas. Primero habla Mitre. Después Barroetaveña presenta al presidente de la Junta Educativa de la Unión Cívica y Alem toma la palabra en medio de una cerrada aclamación. Dice:
“- Se me ha nombrado presidente de la Unión Cívica, podéis estar seguro de que no he de omitir fatigas ni esfuerzos ni responsabilidades de ningún género para responder a la patriótica misión que se me ha confiado. (...).
Una vibración profunda conmueve todas mis fibras patrióticas al contemplar la resurrección del espíritu cívico en la heroica ciudad de Buenos Aires (...).”[1]
Luego señala que la vida política de un pueblo es lo que marca su condición, su nivel moral y el temple de su carácter. Sostiene la necesidad del pluralismo porque entiende que las luchas activas, el roce de opiniones, el disentimiento perpetuo engendran buenas instituciones.
Finaliza su discurso diciendo: “- Hoy, ya todo cambia; éste es un augurio de que vamos a reconquistar nuestras libertades (...)”[2].
Todo Alem está en el discurso del Frontón. Su personalidad, sus ideales. Luego hablarán Del Valle y tres hombres del catolicismo: Estrada, Goyena y Navarro Viola, pero esto es anecdótico.
La demostración del Frontón había sido impresionante por su número. Cuatro días después Alem se entrevistó con un grupo de oficiales en actividad y éstos ofrecieron su concurso para una revolución, ya que, entre las Fuerzas Armadas también había cundido el deseo de mejorar la situación del país.
Así, algunos de sus miembros, reunidos con integrantes de la Unión Cívica, consideraron que la única opción era la salida revolucionaria.
Con el objetivo de efectuar el planeamiento y la ejecución de la revolución, así, la Junta Ejecutiva de la Unión Cívica presidida por Leandro N. Alem se amplió y comenzó a conspirar. Fue designado jefe militar el General Manuel J. Campos. Éste era un hombre de limitadas dotes estratégicas. Alem sostiene la necesidad de la preponderancia civil en la conducción del movimiento.
Bartolomé Mitre, si bien era opositor al gobierno, viajó a Europa para no verse involucrado en el movimiento.

Desarrollo
"El Dr. Don Leandro Alem, que ha sido el iniciador, no le ha faltado valor en la esfera del deber; la Unión Cívica también, que era quien le acompañaba en cuyo esfuerzo confiaba, como en todos los porteños que han sabido con empeño, defender su patria hollada[3]"


El día fijado es el 21 de julio, el Parque de Artillería el lugar. El 18 el Presidente y Roca reciben información de algunos militares. Se ordena la detención del general Campos y se suspende la ejecución del plan. Campos tiene una misteriosa entrevista de aproximadamente una hora con Roca y poco después le comunica a la Junta revolucionaria que saldrá al frente del regimiento donde está detenido. La nueva fecha: 26 de julio. La consigna: “Patria o Muerte”. El manifiesto revolucionario comienza a circular por la ciudad: “no derrocamos al gobierno para derrocar hombres y sustituirlos en el mando: lo derrocamos porque no existe en su forma constitucional; lo derrocamos para devolverlo al pueblo, a fin de que el pueblo reconstituya la base de la dignidad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la República (...).[4]”, firmaban Alem, Del Valle, etc.
La primera parte del plan consistía en dejar sin armas al gobierno, para lo cual se establecía como lugar de concentración el Parque de Artillería. La segunda parte consistía en avanzar sobre los distintos objetivos estratégicos de la ciudad. Alem sería el presidente provisional y lo acompañarían como ministros Juan E. Torrent, Bonifacio Lastra, Juan José Romero, Pedro Goyena y Joaquín Viejobueno. Mariano Demaría sería el vice e Hipólito Yrigoyen el jefe de policía. Todos se habían comprometido a convocar a elecciones y a no figurar como candidatos.
El 26 de julio se cumplió satisfactoriamente la primera parte del plan. Pero la orden de avanzar sobre la Casa de Gobierno y la Aduana nunca llegó. Le general Campos se negó a impartirla. Al poco tiempo, los alrededores del Parque son cercados. Campos insiste en la conveniencia de seguir ocupando una posición defensiva. Para el 28 de julio los enfrentamientos se reducen al interior del Parque. El 29 los revolucionarios capitulan, Alem es uno de los últimos en salir.
La revolución había sido sofocada, pero, como dijo el senador Manuel D. Pizarro, el gobierno estaba muerto. El 4 de agosto el presidente Juárez Celman renunciaba ante la asamblea legislativa. Asumía el vicepresidente, Carlos Pellegrini, hombre del Zorro[5]. 





La Revolución en números


Militares

·         Artillería: 10 oficiales y 150 soldados.

·         Infantería: 6 oficiales y 200 soldados del Regimiento 5, 7 oficiales y 130 soldados del Regimiento 1.

·         Batallón de Ingenieros: 4 oficiales y 200 soldados.

·         Cadetes "Antiguos" del Colegio Militar.

·         Escuela de Cabos y Sargentos.

Navales


La revolución contó con los siguientes buques:

·         Ariete torpedero "Maipú"

·         Acorazado "El Plata"

·         Cañonera "Paraná"

·         Crucero "Patagonia"

·         Carguero "Villarino"

·         Varias torpederas

Su objetivo sería bombardear las posiciones de las fuerzas gubernistas.

Civiles


Estaban constituidas por cívicos, con los que se trató de organizar dos batallones.

Fuerzas gubernamentales


·         Batallones 2, 6, 8 y parte del 4.

·         Los Regimientos 6 (Retiro) y 9 de Caballería.

·         Los Bomberos (460 hombres) y los Vigilantes (3.076 plazas).

·         Los Batallones 2 y 8 y el 6 de Caballería habían llegado del interior en los últimos días.

El plan revolucionario


Detener, a primera hora del 26 de julio, a los doctores Juárez Celman y Pellegrini y a los Generales Roca y Levalle.
Concentrar todas las fuerzas comprometidas en la plaza del Parque de Artillería (actual Plaza Lavalle).
Allí se constituirían dos agrupaciones, una para atacar el Departamento de Policía y otra a las unidades leales al gobierno.
Obtenido el éxito en la capital, se destacarían fuerzas revolucionarias a Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, si estas provincias no aceptaban la nueva situación.










La Revolución en detalle



26 de julio: Las fuerzas armadas comprometidas y los cívicos revolucionarios se concentraron en la plaza del Parque, limitándose a tomar una actitud defensiva en lugar de ejecutar el plan previsto.
En muchos puntos de la ciudad, grupos armados ocuparon las azoteas, principalmente en las esquinas, formando cantones para hostilizar a los gubernistas.
Juárez Celman decidió trasladarse a Rosario, pero al llegar a Campana desistió de su proyecto y volvió a la capital.
Las fuerzas del gobierno, a órdenes del ministro de Guerra, General Levalle, atacaron a los revolucionarios parapetados en el Parque.

27 de julio: El ataque se reanudó en la madrugada, sin que se realizaran mayores progresos hasta las 10 horas, en que cesó el combate, debido a un armisticio solicitado por los revolucionarios para atender a los heridos, aunque la verdadera causa fue la escasez de municiones.
A las 11 horas, los buques sublevados de la Armada realizaron un corto bombardeo sobre la Casa de Gobierno y el Retiro, sin resultados.
La acción de la escuadra no resultó eficaz debido a que el General Campos no dio la orden de atacar en el momento oportuno, ya que estaba empeñado en concertar un acuerdo con Pellegrini y Roca.

28 de julio: Una junta de guerra integrada por miembros de la Unión Cívica y la mayoría de la oficialidad consideró que ya no era posible continuar la resistencia. Cuando se tuvo la evidencia de que el gobierno de la provincia de Buenos Aires apoyaba a Juárez Celman, dicha junta se decidió definitivamente por la capitulación.

29 de julio: Se llegó a un acuerdo entre las partes en oposición. Los jefes de las unidades sublevadas entregaron sus armas en el Parque y la escuadra puso proa a La Plata, donde desembarcaron los 35 oficiales revolucionarios y su tripulación.
Hubo amplias garantías para la vida y la libertad de los comprometidos y se obtuvo una ley de amnistía.


Consecuencias de la Revolución



Resulta evidente que el general Campos y el mitrismo jugaron a dos puntas. Pretendían obtener la renuncia del Presidente, pero también evitar que se impusiera el sector encabezado por el intransigente Alem. Mientras los cívicos pusieron todo para derrotar al régimen, otros mostraron un compromiso moderado.
Los cívicos fueron de algún modo utilizados por Mitre y Roca. El primero pretendía recuperar la presencia política que había perdido, utilizando la revolución como un arma de negociación. El segundo quería deshacerse de su concuñado que intentó desplazarlo en el manejo de “su” maquinaria política y asegurar la presencia de Carlos Pellegrini, un incondicional, al frente del ejecutivo.
Alem se equivocó al aceptar al general Campos (hombre que apostaba a una solución nacional encabezada por Mitre) como jefe militar del movimiento. La misma división de la conducción civil y militar era un error. Alem nunca denunció la intriga. Sí lo hizo Juárez Celman después de renunciar: “he sido víctima de la conjuración más cínica y ruin de que haya memoria en los anales de la miseria humana, cuyo protagonista era el hombre a quien había profesado una vieja y leal amistad y con quien me ligaban otros vínculos que no ha sabido respetar. Ni yo ni mi familia mantendremos relaciones de ningún género con Roca (...).[6]
En enero de 1891 la convención de la Unión Cívica reunida en Rosario proclama la fórmula Bartolomé Mitre – Bernardo de Irigoyen. Alem y Del Valle la apoyan.
Hipólito Yrigoyen se opone y suma otra disidencia con el tío. En las elecciones legislativas de marzo triunfa la Unión Cívica, Alem y Del Valle son nombrados senadores. Tres días después Mitre regresa de Europa y es recibido por una multitud. Julio A. Roca, ahora ministro del Interior de Pellegrini, va a recibirlo al puerto. Se abrazan. Comenzaba a concretarse el acuerdo. El Partido Autonomista Nacional se adhiere a la candidatura de Mitre, pero opone a José Evaristo Uriburu como vicepresidente. Alem se opone rotundamente, al igual que Lisandro de la Torre, Barroetaveña, Hipólito Yrigoyen. Pero esta vez su viejo amigo Aristóbulo del Valle no está con él.
La Revolución del Parque, más allá de su desenlace, mostraba el nacimiento de un  oposición fuerte y decidida. El régimen intentó evitar su consolidación y su desarrollo, co optando e integrando (mediante el ofrecimiento de cargos públicos y promesas y variadas) a los derrotados. Los sectores católicos y el mitrismo aceptan la integración. Mitre y Roca celebran el “patriótico acuerdo” buscando evitar una contienda electoral. El acuerdo revitaliza al régimen oligárquico, que se prolongará por veinte años más. Un sector integrado por los jóvenes y los sectores populares rechaza el acuerdo, no “transan” con el régimen. El grupo es liderado por Leandro N. Alem. La Unión Cívica se divide: los “acuerdistas” forman la Unión Cívica Nacional; los que rechazan el acuerdo fundan en 1891 la Unión Cívica Radical.      
La adhesión popular que adquirió esta nueva fuerza llevó a que uno de sus líderes, Hipólito Yrigoyen, cubriese con su figura muchos años de la vida política del país.-




TESTAMENTO POLÍTICO DE LEANDRO N. ALEM
1 DE JULIO DE 1896

He terminado mi carrera, he concluido mi misión…Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí! Que se rompa pero que no se doble.
He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos, pero mis fuerzas -tal vez gastadas ya- , han sido incapaces para detener la montaña…y la montaña me aplastó…!
He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir a un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado…y para vivir inútil, estéril y deprimido es preferible morir!
Entrego decorosa y dignamente lo que me queda, mi última sangre, el resto de mi vida!
Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas, y los propósitos de mi acción y de mi lucha -en general- , en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto será una desgracia que yo no podré ya sentir ni remediar.
Ahí está mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo que me dicta estas palabras ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y reflexionado mucho, en un solemne recogimiento.
Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente.
En estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción, en bien de la patria.
Esta es mi idea, éste es mi sentimiento, ésta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie; yo mismo he dado el primer impulso, y sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales.
¡Adelante los que quedan!
¡Ah! Cuánto bien ha podido hacer este partido si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores…¡No importa! Todavía puede hacerse mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra. ¡Deben consumarla!.









Bibliografía



·         ALFONSÍN, Raúl Ricardo: ¿Qué es el radicalismo?. Buenos Aires, Sudamericana, 1983.
·         BALESTRA, Juan: El Noventa. Una evolución política argentina. Buenos Aires, La Facultad, 1959.
·         BOTANA, Natalio: El orden conservador. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
·         DEL PINO MONTES DE OCA, Oscar: La Revolución de 1890. Buenos Aires, La República, 1956.
·         DÍAZ MELIÁN, Mafalda Victoria: La Revolución de 1890 en las fuentes españolas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1978. 
·         GÁLVEZ, Manuel: Vida de Hipólito Yrigoyen. Buenos Aires, Club de Lectores, 1976.
·         HERZ, Enrique Germán: La Revolución del ’90. Buenos Aires, Emecé, 1991.
·         LEBEDINSKY, Mauricio: La Década del ’80. Buenos Aires, Siglo XX, 1967.
·         LUNA, Félix: La época de Roca. Buenos Aires, Planeta, 1998.
·         --------------: Leandro N. Alem. Buenos Aires, Planeta, 1999.
·         ROCK, David: El radicalismo argentino, 1890-1930. Buenos Aires, Amorrortu, 1977.
·         ROMERO, José Luis: Las ideas políticas en la Argentina. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1987.
·         www.ucr.org.ar
·         www.ejercito.mil.ar



[3] Félix Hidalgo, payador de la Revolución del ’90.
[5] Mote por el que se conocía a J. A. Roca.
[6] DEL PINO MONTES DE OCA, O.: La Revolución de 1890. P. 149.

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